Por P. Fernando Pascual

Tras fracasos, o por miedos, o a causa de diversas enfermedades, hay personas que llegan a pensar que su vida carece de sentido.

Les falta esperanza y energía para emprender tareas normales, incluso las más sencillas. Se hunden poco a poco en el abandono, hasta llegar al descuido de la propia limpieza personal.

Esas personas necesitan ser acompañadas, en muchos casos a través de ayuda especializada, para encontrar las causas de su situación y así buscar posibles remedios.

Sin llegar a los extremos del abandono total, en ocasiones las personas “normales” también experimentan momentos de desgana, de apatía, de bloqueo, como si cualquier actividad pareciera casi “heroica”.

Al encontrarnos en situaciones de ese tipo, necesitamos ayuda para ese sencillo acto de volver a caminar, de emprender pequeñas acciones que puedan romper con el cerco de un cansancio anómalo o de una depresión más o menos superable.

Como es obvio, esas pequeñas acciones no resultan fáciles precisamente porque uno se siente abatido, sin energías interiores. Pero en no pocos casos, un esfuerzo mayor de la voluntad puede ser el inicio que rompa un bloqueo interior que paraliza.

Dicen que a nadar se aprende nadando, a caminar caminando, y a trabajar trabajando. A esperar se aprende esperando, aunque a veces el horizonte parezca oscuro y los miedos sean como una piedra que nos tira hacia abajo.

Con la ayuda de Dios y de quienes están cerca del abatido, es posible romper el cerco del miedo y descubrir, con sorpresa, cuántas actividades sencillas y ordinarias están al alcance de la mano.

Luego, dados los primeros pasos, percibimos cómo se despierta ese “gigante” interior que está dormido, y que el corazón, las manos y los pies empiezan a alcanzar metas concretas, orientadas luego a nuevas metas que hacen bella la existencia cotidiana.

 

Imagen de Steve Buissinne en Pixabay

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