Por P. Fernando Pascual
Hay en nuestro corazón un deseo de bien, de belleza, de santidad. Pero también encontramos la fuerza del mal, sentimos nuestra flaqueza y nuestra vulnerabilidad.
El pecado nos amenaza continuamente. Muchas veces, abrimos la puerta a la tentación y experimentamos la caída, con su dosis de engaño y de amargura. Porque en cada pecado creemos alcanzar algún bien, pero lo único que logramos es el fracaso de quien se aleja del amor.
Al mismo tiempo, sabemos que Dios está siempre a nuestro lado. A veces no lo percibimos, porque hay mucho ruido, preocupaciones, músicas, inquietudes, anhelos, que nos impiden abrirnos a su voz íntima y respetuosa.
Dios no se rinde ante nuestra flaqueza, ni ante nuestras distracciones, ni ante nuestros pecados. Espera con una paciencia que es sinónimo de amor paterno. Espera incluso con pequeñas llamadas para que le abramos y así pueda limpiar nuestras almas.
Pensamos que es difícil la conversión, que no podremos dejar aquel vicio, aquella costumbre desordenada. En realidad, basta bien poco para que el cambio inicie: escuchar Su voz, abrirle la puerta, dejar que nos purifique.
El trabajo principal lo realizará Dios. Pero para ello necesita el permiso de mi libertad. Porque si yo no quiero, entonces todo el poder divino parece imponente ante la oposición de su creatura.
Este día seguramente encontraré nuevas señales con las que Dios me susurrará su Amor, me invitará a confiar, me iluminará para que reconozca mi culpa y la ponga ante su mirada de Padre misericordioso.
Si le acojo, inicia el milagro de la conversión, el cambio profundo de una vida que estaba ahogada por preocupaciones de este mundo y que necesitaba aire nuevo y fresco.
“Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (Ap 3,20).
La puerta del alma está abierta. El milagro se hace realidad. El hijo recibe el abrazo de su Padre. Empieza la fiesta, “porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15,24).
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 10 de julio de 2022 No. 1409