Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC

Nuestro tiempo se inscribe bajo el signo de la violencia, de la muerte y de la barbarie. Desde que Caín el hombre, levantó su mano contra su hermano, esto no ha cesado; el proceso creciente a lo largo del tiempo se ha ido enrareciendo y parecen lejanos los días de paz para algunas naciones, -Ucrania, México, para ciertos grupos, para la familia y para el individuo en particular.

El concepto de paz tiene diversos alcances y connotaciones; en Occidente el influjo se hace notar desde cuatro perspectivas: la hebrea, con el ‘Shalom;’ la griega con la ‘eirene’, la ‘pax’ con los romanos y la ‘Paz’ que Cristo nos ofrece.

Shalom, mira particularmente al bienestar integral subjetivo y objetivo, por tanto a la totalidad de los bienes; la eirene griega toma en consideración la tranquilidad interior con la ausencia de turbaciones y sentimientos hostiles; la pax romana, se refiere a mantener la paz social tutelada por el derecho, basada en contratos jurídicos y alianzas entre las naciones.

El Mesías Cristo Jesús, don del Padre, ‘Él es nuestra Paz’ (Ef 2, 14). Desde su nacimiento hasta su Ascensión gloriosa, él es Acontecimiento de Paz: ‘Gloria Dios en el Cielo y paz a los hombres que ama el Señor’. Él es el Evangelio de la Paz. Él siembra la Paz en el corazón de las personas. En la Cruz, Jesús con su inmolación y muerte, será el fruto de la Paz con su resurrección que donará y autodonará consigo mismo: ‘La Paz esté con Ustedes’ (Jn 20, 19.21.26).

La misión de los discípulos de Jesús será la construcción de la Paz, en la reconciliación con Dios y con los hermanos en todas las relaciones interpersonales. Los hijos de Dios, son los que trabajan por la Paz (cf Mt 5,9).

El discípulo de Jesús, sumergido en su muerte y resurrección por el Bautismo, le da ese ser nuevo surgido del misterio de vida en Cristo. En su corazón de creyente debe actuar el Espíritu Santo que ha sido derramado en él, y que aparecen los frutos del mismo Espíritu: ‘amor, alegría, paz, paciencia, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí’ (Gal 5,22).

La Paz siempre está amenazada por el pecado que pervive en los egoísmos de cualquier cuño. Por eso es necesario atender al consejo del Apóstol Santiago (3, 18) en ‘promover siempre la Paz’.

La persona humana al ser libre es responsable de sus actos ante sí mismo, ante la sociedad y, por supuesto, ante Dios, -el juez de ultimísima instancia. La persona está llamada a colaborar y perfeccionar la sociedad dentro del bien común.

Esta responsabilidad ética corresponde a toda persona porque los deberes son universales, -por cuanto miraran a la naturaleza humana única; su condición de persona no cambia ni con el tiempo, ni las ideas, ni las costumbres, por tanto, la responsabilidad es inmutable; nadie puede dispensarla, y además se ponen en evidencia por la inmediatez y espontaneidad de la conciencia, de hacer el bien y evitar el mal. Esto se ve debilitado, por supuesto, por las pasiones, los vicios o las ideologías esclavizantes y sectarias.

El Estado, es una sociedad sometida a un régimen jurídico, orientado a procurar el bien común público dentro de la justicia social de las personas a nivel individual, a nivel de las familias y a nivel de las diversas agrupaciones.

El Estado debe tutelar la justicia para que exista la paz. Desde Ulpiano (170-228) la justicia subjetiva ‘es la constante y perpetua voluntad de dar a cada uno lo suyo’, en su ‘Digesta’. En su dimensión objetiva, – por su carácter sobre todo de cosas justas o según el Derecho,

la justicia que debe reglamentarse; puede ser conmutativa y distributiva, legal y vindicativa, y retributiva. La conmutativa regula los contratos y transacciones para mantener la equidad; la distributiva mira las relaciones de la sociedad con sus miembros, de distribuir cargos y responsabilidades de forma proporcionada. La justicia legal dispone cómo los miembros de la sociedad deben contribuir al bien común, en virtud de las leyes promulgadas por quien tiene autoridad. La justicia vindicativa es la que impone a quien tiene autoridad para castigar los crímenes y delitos según el orden jurídico; la retributiva está orientada a reparar el daño.

El Estado, por su misma razón de ser, debe ofrecer a todos sus miembros la administración de la justicia pública basada en el Derecho o en las leyes. Si falla en esta misión comete una grave omisión que afecta al orden, y por tanto, vulnera la paz y puede provocar la inestabilidad social.

El Estado debe respetar la dignidad de toda persona humana; no le está permitido violar los derechos humanos, como imponer determinado credo político, -ideología, o religioso, capaz de crear conflictos sociales, violatorios de la altísima dignidad de la persona humana.

El Estado, y su ejercicio como gobierno, debe promulgar leyes apropiadas y justas, velar por su cumplimiento y castigar las infracciones, según la competencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial.

Los grandes males que golpean a nuestra nación son la inseguridad, la impunidad, la corrupción, la ineptitud de los que tienen autoridad o competencia institucional, que claman justicia a un Gobierno o gobiernos, que no cumplen con su misión de hecho, por las razones que fueren, más allá de posturas personales o ideológicas.

Se falta gravemente a la justicia cuando el Estado en su ejercicio de gobierno, por las instituciones o las personas, mienten, disimulan el cumplimiento de la justicia o son indulgentes con los criminales.

Por supuesto se ha de mantener la equidad, lejos de todo rigorismo inhumano, ‘summum ius, summa inniuria’, – estricta justicia, suma injusticia.

Nos conviene recordar el pensamiento de E. Mounier quien escribe: ‘Por encima de las personas ya no reina la tiranía abstracta de un Destino, de un cielo de ideas o de un Pensamiento impersonal… sino un Dios personal, aunque de manera eminente. Un Dios que dio su persona para asumir y transfigurar la condición humana y que propone a cada persona una relación singular de intimidad, una participación en su divinidad’, citado por José Ramón Ayllón.

Tengamos confianza; cumplamos la Alianza con el Señor de la Historia. Él nos promete a través del profeta Isaías que hará correr la paz como un río (Cf Is 66, 10-14 c).

El Señor nos invita a través del Salmo (34, 14): ‘Preserva tu lengua del mal, y tus labios de decir mentiras, apártate del mal y aplícate al bien, busca la paz y corre tras ella’; porque ‘la palabra del Señor es recta y sus acciones son dignas de confianza. El ama la justicia y el derecho. ¡El amor del Señor llena la tierra!’ (Sal 33, 4-5).

Aunque andemos como ‘corderos en medio de lobos’ hemos de llevar a todos el mensaje de la Paz: ‘que la Paz esté en esta casa’ (Lc 10, 1-12. 17-20), porque seguimos al Cordero, -Jesús que fue inmolado y que ha sido digno abrir los sellos de la Historia (cf Ap 5). La victoria sobre el mal que nos aqueja se encuentra en la Cruz de Jesús (cf 1 Cor 1, 13).

Esa justicia como camino a la paz debemos de procurarla a todos los niveles: el Estado y sus gobiernos, los organismos intermedios, como los sindicatos de obreros, las agrupaciones empresariales, los partidos políticos, – quienes tienen una gran deuda social con la nación.

Es posible la paz si reina la justica, porque ‘la paz y la justicia se besaron’.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

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