Desde el momento de su concepción en el vientre materno, la vida humana debe ser reconocida y protegida en la dignidad

Por Angelo de Simone R.

En pleno siglo XXI, vivir cristianamente ha sido y sigue siendo para muchas personas una llamada y un desafío. En cada época, sin embargo, llamada y desafío tienen sus propios acentos e implicaciones acordes a la edad y al contexto de cada persona. Es allí donde en cada momento de la vida, concebimos la experiencia de Dios y se vuelve determinante la forma en que le conocemos y que otros nos ayudan a orientar nuestra fe, especialmente dentro de la dificultad.

Recuerdo un caso particular de un joven que una vez se me acercó preocupado porque creía que su novia había quedo embarazada. Sus ojos llorosos y sus inquietas manos, no le permitían tener paz en su corazón y esa cruda realidad que se aproximaba le hacía en cierto sentido tambalear la fe que tanto había cultivado. Personalmente creo que es aquí, cuando nos enfrentamos ante las consecuencias de nuestras decisiones, que cobra mucha vida la forma en que profesamos nuestra fe. En cierto punto, este joven me decía: “Nunca me imaginé que aquello de lo que tanto nos hablaste acerca de la importancia de que todo tiene su tiempo y el amor debe concretarse más en la entrega y menos en las ganas, ahora me estaría mortificando de esta forma. No lo sé, pero creo que le diré que aborte”.

Este complejo panorama fue acompañado por muchas conversaciones y encuentros que permitieron un crecimiento en medio de la adversidad, aunado a la noticia de que su novia no estaba embarazada. Pero, ¿cuántos jóvenes no viven este mismo dilema?

Efectivamente un artículo no es suficiente para explicar el caso de este gran joven que conocí y las implicaciones que tiene el aborto y la defensa de la vida en nuestros días, no obstante, creo que en esta situación parece recobrar vigencia el “slogan” clásico de la espiritualidad ignaciana: “buscar y encontrar a Dios en todas las cosas”. “En todas”. En esta afirmación condensa Ignacio, ya al final de su vida, su propia madurez espiritual y a ella apunta todo su elaborado proceso de pedagogía y formación espiritual, tal como lo explicitan las Constituciones de la Compañía de Jesús. Tu y yo, estamos llamados también a encontrar en los dilemas éticos, “en todas las cosas”, la figura de Dios que nos arropa y nos abraza, mostrándonos un estilo de vida. No es de cristianos evadir la situación, ni mucho menos condenarla, solamente está en nosotros acompañar el proceso desde el consejo y la oración, y entender, ¿qué valor tiene la vida?

Desde el momento de su concepción en el vientre materno, la vida humana debe ser reconocida y protegida en la dignidad y en los derechos inherentes a la persona que está por manifestarse en ella. La nueva vida concebida es una realidad dinámica distinta a la de sus padres, con características propias a través de las cuales se expresarán progresivamente los rasgos peculiares de su identidad personal.

Interrumpir voluntariamente la gestión de una vida humana a través del aborto provocado, en cualquiera de sus formas, equivale a negar a una persona o ciudadano su primer derecho humano: el derecho a existir, a vivir. ¿Es justo tomar la decisión de vivir o morir? ¿No nos convertimos acaso en jueces y “emperadores” al estilo de Julio Cesar que con tan solo decir si o no decidimos sobre el futuro de una persona?

Sin duda este tema puede ser sumamente extenso y complejo de comprender, pero lo más importante es buscar los mecanismos para formarnos y, en especial, para acompañar a tantas y tantos que han tomado una decisión de abortar y que hoy sienten una carga inmensa en su vida. ¿Serás como Cristo y los acompañarás en su dolor? O al contrario ¿te convertirás en juez y Señor de la moral juzgando a quienes el Señor te encomienda? Es tiempo de tomar una decisión, es momento de promover la vida.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de agosto de 2022 No. 1414

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