Misterios de la Biblia

En la Escritura dice Dios a Adán: “De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás” (Génesis 2, 16-17).

Nunca se dice el tipo de fruto. Pero, hacia el año 382 d.C., el Papa Dámaso I le pidió a san Jerónimo que tradujera la Biblia a la lengua común, que era el latín. Y, por un pequeño error de transcripción, acabó confundiéndose el adjetivo malus, que significa “mal” y que calificaba al árbol, por el sustantivo malum, que quiere decir “manzana”.

¿Qué tiene que ver esto con nosotros?

El tipo de fruto que Adán y Eva hubieran comido no importa; lo que sí importa es que fue el primer acto de rebeldía del hombre contra Dios en el deseo de ser dios de sí mismo (Génesis 3, 5). En adelante todo pecado será igualmente una desobediencia a Dios.

Ese primer pecado, que se llama pecado original, causó que los descendientes de Adán y Eva naciéramos privados de la santidad y justicia originales. La consecuencia es que la naturaleza humana ha quedado sometida al sufrimiento, a la muerte y a la inclinación al pecado o concupiscencia. Porque si bien el sacramento del Bautismo borra el pecado original, la concupiscencia no desaparece: “No hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero” (Romanos 7, 19); “Cada uno es probado, arrastrado y seducido por su propia concupiscencia. Después la concupiscencia, cuando haya concebido, da a luz al pecado; y el pecado, una vez consumado, engendra muerte” (Santiago 1, 14-15).

Si bien es difícil comprender plenamente cómo el pecado de Adán pudo ser transmitido a toda la humanidad, y algunos teólogos de ayer y hoy se empeñan en negar el dogma del pecado original tal como lo enseña la Iglesia bimilenaria, ya que les parece injusto, lo cierto es que, si no se pudiera heredar de Adán ese pecado, entonces estaríamos irremediablemente perdidos porque tampoco sería posible heredar la salvación en Cristo Jesús, de quien las Sagradas Escrituras nos enseñan que “murió por nuestros pecados” (I Corintios 15, 3; I Pedro 3, 18; I Juan 2, 2).

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de agosto de 2022 No. 1414

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