Por Arturo Zárate Ruiz

No hay ningún bien que no lo hayamos recibido gratuitamente de Dios. Baste decir que Él nos da y sostiene nuestra vida. Todo lo demás que disfrutamos depende de ello.

Es además el Creador de todas las cosas, y quien las preserva y les da su maravilloso orden. Nos lo recuerda el salmo:

“La gloria de los astros es la hermosura del cielo, un adorno luminoso en las alturas del Señor: por la palabra del Santo, se mantienen en orden y no defeccionan de sus puestos de guardia. Mira el arco iris y bendice al que lo hizo: ¡qué magnífico esplendor! El traza en el cielo una aureola de gloria; lo han tendido las manos del Altísimo. A una orden suya cae la nieve, y él lanza los rayos que ejecutan sus decretos; es así como se abren las reservas y las nubes vuelan como pájaros. Con su gran poder, condensa las nubes, que se pulverizan en granizo. A su vista, se conmueven las montañas, el fragor de su trueno sacude la tierra; por su voluntad sopla el viento sur, el huracán del norte y los ciclones”.

Y remarquémoslo. Todo esto es gratuito. Nos lo regala. No nos cobra por ello. Además, no necesita que le paguemos. Él es Perfecto. No necesita más. Sólo se basta. Pero, aun así, por amor, nos lo da todo.

De manera muy especial, nos da la gracia. Según leemos en el Catecismo,

“La gracia es el favor, el auxilio gratuito que Dios nos da para responder a su llamada: llegar a ser hijos de Dios, hijos adoptivos, partícipes de la naturaleza divina, de la vida eterna. La gracia es una participación en la vida de Dios… es sobrenatural. Depende enteramente de la iniciativa gratuita de Dios, porque sólo Él puede revelarse y darse a sí mismo. Sobrepasa las capacidades de la inteligencia y las fuerzas de la voluntad humana, como las de toda criatura”.

¿Cómo resaltar el don de la gracia? Tal vez algunas analogías sirvan para ello:

Mi vecino y yo no diferimos mucho en nuestras capacidades de inteligencia y voluntad. Uno y otro somos muy humanos, por decirlo de alguna manera.

Aun así, de querer entrar en su casa, debo pedirle permiso. No me corresponde entrar a ella sin su autorización. Lo mismo ocurre de querer entrar en el Cielo, en la casa de Dios. No podría entrar allí sin su permiso, aunque Él difiere de mí y de mi vecino en que sus capacidades son infinitamente superiores.

Si es así, me es más difícil pensar que pueda entrar en la casa de un rey o de un magnate, pues ellos humanamente son mucho más poderosos e importantes que yo. ¿Cómo se me podría ocurrir entonces el poder entrar en la casa del Altísimo, cuando Él es infinitamente más poderoso que cualquier magnate o rey de este mundo?

Pero podría decirse que Dios nos ha dado ya el permiso de entrar en su casa tras la redención de Jesús. Con todo, ¿cómo atrevernos a entrar allí, aun con la invitación, donde se encuentra el Padre, de tan tremenda majestad, que los mismos profetas cubrían su rostro cuando Él se acercaba, y aun los serafines lo hacían con sus alas mientras exclamaban “Santo, Santo, Santo”?

Aún así, podremos entrar a su casa y ver al Padre cara a cara, es más, podremos llamarle con toda confianza “Papito”, como lo hace Jesús. De algún modo todo esto nos es posible ya por el don de la gracia, que adquirimos por los sacramentos. Éstos nos insertan en Cristo, e insertados en Cristo, tenemos acceso a la misma vida divina.

Tan grandiosos son los sacramentos que no sólo nos podemos acercar a Dios, sino recibirlo ya, en este mundo, entero, en cuerpo, sangre, alma y divinidad, en nuestros corazones tras comulgar. “Comerse a Dios” suena más insensato, para quien no disfruta de la gracia, que tragarse de un mordisco a una ballena, pues Dios es infinitamente mayor que esa ballena. Pero no somos nosotros quienes primero nos acercamos a Dios, es Él quien primero se acerca a nosotros, asequible a nuestra pequeñez, en un pedacito de pan.

En eso consiste la gracia, en que Dios nos ha amado tanto que se entrega del todo a cada uno de nosotros y nos da no sólo vida eterna, sino además nos hace participes de su divinidad.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de julio de 2022 No. 1412

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