Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.
“Los hombres y pueblos en decadencia viven acordándose de dónde vienen; los hombres geniales y pueblos fuertes sólo necesitan saber a dónde van”. José Ingenieros
Siendo esencial para la subsistencia alimenticia de los pueblos de Mesoamérica conocer con relativa exactitud el tiempo para comenzar sus cultivos y el de las ceremonias rituales ligadas a ello, el arte de calcular y predecir con fines judiciarios o adivinatorios el movimiento de los astros fue moneda corriente entre los olmecas, las culturas de la región de Oaxaca, de la zona Maya y las del Eje Neovolcánico.
Los nahuatlatos y los mayas compusieron dos calendarios, el solar, de 365 días y 6 horas –de donde resultaba un día cada cuatro años–, denominado “cuenta del año” (xiuhpohualli en náhuatl, haab en maya), y el ritual, o “cuenta de los días” (tonalpohualli en náhuatl, tzolkín en maya), de 260 unidades, relacionado con los ciclos conjuntos del Sol, la Luna y el planeta Venus.
Al xiuhpohualli, de 18 meses de 20 días, se le insertaban cinco días complementarios, de modo que sus 18 veintenas formaban una serie y los cinco días se insertaban como cuenta aparte. El tonalpohualli, era de 20 trecenas –cada una con su nombre propio– de 260 días con dos elementos combinables: el número de la serie (1-13, por ejemplo) y el signo de la serie vigesimal; puesto que las dos series se sucedían cíclicamente, de los 260 días del ciclo completo (13 por 20) resultaba una semana dilatadísima de 260 nombres (¡!).
Ahora bien, como cuando se acumulaban 18 980 días nominales se agotaban todas las combinaciones posibles de cualquier día tonalpohualli dentro del xiuhpohualli y viceversa, se completaba un ‘siglo’ de 52 años –al que en náhuatl se le denominaba xiuhnelpilli (atado de años) –; y en él cabían 73 tonalpohualli, cada una con un nombre propio, resultado de un numeral de la serie 1-13 y uno de cuatro signos diurnos. El nombre de un día del tonalpohualli dependía de su posición dentro del xiuhpohualli, de suerte que el cómputo resultante de la combinación cíclica del xiuhpohualli con el tonalpohualli venía a ser un “rueda calendárica”, tal y como la vemos representada en la Piedra del Sol, que también se conoce como Calendario Azteca.
Hubo de simplificarse la compleja nomenclatura derivada de tantas combinaciones y eso hicieron los nahuatlatos, que no mencionaba el día del tonalpohualli, el ordinal del día dentro de la veintena y el año, pudiendo, por ejemplo, decir solamente 8 ehécatl de 1 ácatl; los mayas, incluso, les superaron, pues ellos sólo enunciaban el día del tzolkín y el ordinal dentro de la veintena, verbigracia, 4 aháu 8 cumkú.
Finalmente, no debemos dejar en el tintero que al tiempo de introducirse el cálculo del tiempo occidental en el Caribe y en el macizo continental americano (1492/1519) no se aplicaba aun el calendario que ahora nos rige –el gregoriano–, que entró en vigor hasta 1583, sino el juliano-niceno, que acumulaba a esas alturas más de diez días respecto a la cuenta del que ahora usamos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de julio de 2022 No. 1412