Por Tomás de Híjar Ornelas, Pbro.

“Adivinar es un deber de los que pretenden dirigir” José Martí

Entre la “ciencia que trata de los astros, de su movimiento y de las leyes que lo rigen” (astronomía) y el “estudio de la posición y del movimiento de los astros como medio para predecir hechos futuros y conocer el carácter de las personas”, existe todavía una mezcla de ambas que es la astrología judiciaria o “estudio de la posición y del movimiento de los astros” gracias a la cual la primera nace de la segunda.

En otras palabras, de “la observación de los astros y de la construcción simbólica de la vida cósmica” se origina la transición del pensamiento pre científico al que ya merece el rango de rama del saber humano. Eso pasó entre las culturas y civilizaciones mesoamericanas respecto a los ciclos de las estaciones y de los fenómenos astronómicos de los que dependía la vida cotidiana, la jornada, el temporal y la subsistencia, a las que ligaron a las constelaciones relacionándolas con animales y plantas.

Acumulando durante siglos conocimientos astronómicos estas culturas crearon en el período preclásico medio un calendario que descansaba lo mismo en la observación de los astros que en las matemáticas, derivando de ello un espacio-tiempo simbólico asociado tanto a los cuatro puntos cardinales como al espacio y al tiempo, pues de aquellos depende la rotación de cualidades de este se pudo vincular una fecha o un acontecimiento a una dirección del universo, siendo el calendario “una topografía simbólica característica peculiar” de cada período. Así, por ejemplo, los días se asociaban por su nombre a un punto cardinal y gracias a eso a un significado mágico.

Los signos del oriente eran el cocodrilo, la serpiente, el agua, la caña y el movimiento, con lo que a este viento se asociaban la fecundidad vegetal y el sacerdocio. Los del norte eran viento, muerte, perro, jaguar y pedernal, y estaban en contraste con el primero, al que se le consideraba árido, frío y opresivo. El septentrión era “la parte nocturna del universo, como la morada de los muertos”, y se le asociaba con el perro (xoloitzcuintle), cuyo oficio consistía en acompañar a los difuntos al inframundo. Signos del oeste serán la casa, el venado, el mono, el águila y la lluvia, por lo que se le asociará a la vegetación o ecosistema de las tierras altas templadas, a la lluvia delgada y al cambio de estaciones.

Finalmente, los signos del sur serán el conejo, la lagartija, la hierba seca, el zopilote y la flor, relacionados con el sol luminoso y caliente del mediodía y con “la lluvia repleta de bebida alcoholizada”, de donde su símbolo principal, el conejo, pase a ser socio de los agricultores y del pulque.

Así armaron las culturas mesoamericanas su riquísima, variada y no caprichosa ‘geografía simbólica’, útil, en primer lugar, para el emplazamiento de sus centros ceremoniales y el rango que a ellos se dio respecto a las comarcas y zonas ocupadas por estos pueblos y sus ritos y ceremonias habituales y periódicas.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 30 de octubre de 2022 No. 1425

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