Por Arturo Zárate Ruiz
Son escasos los “mea culpa” y sobran los “yo no fui, fue Teté”. El Teté de cajón mundano es la Iglesia. Es la piñata preferida que muchos apalean, pues al acusarla de todo lo malo, se excusan así del exigente mensaje de salvación de Jesús.
No debe sorprendernos. Por un lado, si a Cristo el mundo no lo recibió, tampoco a su Iglesia. Por otro lado, entre nosotros hay muchos pecadores. Hasta Pedro negó a Jesús, y Juan y Santiago desearon fulminar con rayos a los samaritanos. Si nos rascan tantito a cualquiera se verían cosas feísimas. Además, somos la institución más vieja. Acumulamos dos mil años, mientras que muchas otras no sobreviven ni uno. Y no es que la Iglesia no sea santa. La asiste el Espíritu de Dios. Pero en su asistencia no nos impone la santidad, sino espera nuestra respuesta libre a ella, y no pocas veces nos quedamos cortos.
“Culpa” de la Iglesia
El caso es que para muchas personas la misoginia, ignorancia, esclavitud, enfermedades, guerras, pobreza, e incluso el hipo son culpa de la Iglesia. Dicen que somos malos, malos, y que si no existiéramos los católicos todo se compondría. Todavía se nos enseña en muchas escuelas que la Edad de la Fe fue una Edad de las Tinieblas, y que una vez que llegó la Ilustración y se abandonó dicha Fe surgieron las Luces, la Ciencia.
La tarea frente a estos bulos no es negar que, en lo personal, los católicos somos pecadores. Lo somos. Tampoco es decirle a los que nos atacan “y tú también”. Nuestra tarea es vivir el Evangelio y predicarlo para que ni nosotros ni ellos ofendamos más a Dios. Y también, para nuestra conversión y la de ellos, es calibrar esas mentiras de tal modo que identifiquemos lo que sí es verdad en los ataques contra nosotros de lo que es mentira.
No sucumbamos ni nosotros ni los atacantes al error que niega la santidad de la Iglesia en sí. Veamos muy brevemente dos ejemplos: el de Galileo que se usa para acusar a la Iglesia de enemiga de la ciencia, y el de sor Juana Inés de la Cruz, para acusar a aquélla de misoginia.
Sí, Galileo, antes protegido por el Papa, cayó de su gracia. Pero no fue porque Urbano VIII odiara la ciencia, sino porque Galileo lo insultó públicamente llamándolo “Simplicio” en una obra de teatro. El Papa y académicos suyos le pedían sólo que considerara como teoría su propuesta heliocéntrica, pero Galileo se amachó y dijo que era un hecho, por lo que llamó tonto al Papa. Éste ciertamente se enfadó mucho, y estuvo mal. Con todo, Urbano VIII sólo lo arrestó en un palacio para que allí se dedicara a mejorar sus obras. En aquellos tiempos, un soberano de Europa en un abrir y cerrar de ojos le hubiera cortado la cabeza al atrevido. Debe notarse que las teorías de Galileo no tendrían el sustento empírico necesario sino hasta el siglo XIX.
Los pecados no son de la Iglesia
Con sor Juana dizque prueban la misoginia de la Iglesia: “¡La callaron!, ¡no toleraron que una mujer pensase!” Hay que acotar lo sucedido. Quien silenció a sor Juana fue su director espiritual Antonio Núñez para no irritar a Francisco Aguiar, Obispo de México. Éste, y no la Iglesia, era el terco misógino. De hecho, en sus escritos sor Juana enlista sinnúmero de católicas doctas. No pocas obras de la monja fueron publicadas en España y América antes de que muriera. El obispo poblano Manuel Fernández incluso la animaría a escribir obras teológicas, es más, las publicaría. Se acusa a éste de hacerlo, no con sinceridad, sino para fastidiar y burlarse del obispo misógino, algo poco fraterno. Ciertamente, sor Juana no era tampoco una perita en dulce: era vanidosa por su inteligencia y hermosura, menospreciaba a sus hermanas en el convento por dizque bobas, y se hizo monja no por vocación religiosa sino por repugnancia del matrimonio. Pero aun así no merecía ese maltrato.
En cualquier caso, nuestros pecados son personales, no de nuestras familias, ni de nuestro país, menos aún de la Iglesia. Ella más bien nos ofrece los medios de conversión. Y reparemos que no porque lo diga el mundo lo que hagamos es pecado. Sobran quienes repudiarían a sor Juana por proponer separar a niñas y niños en las escuelas, y destacan hoy quienes la abominarían por su mera distinción entre estas y estos, pues, dicen, son “estes”. Recordemos que los mundanos antes que reconocer sus propios pecados convierten a la Iglesia en su Teté.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de agosto de 2022 No. 1414