PREGUNTA DE NIÑOS
Habiendo sido creados por Dios y para Dios, y siendo que de Él sólo recibimos cosas buenas y que nos ama infinitamente, un cristiano agradecido no puede sino adorar al Señor con todo su corazón, con toda su alma, con todas sus fuerzas y con toda su mente (Marcos 12, 30).
Pero como cada humano es una unidad entre cuerpo, alma y espíritu, es lógico que su ser entero pueda y quiera intervenir en los actos de culto Dios.
Nuestro cuerpo puede participar de diferentes formas en la oración. En la Biblia se invita a brincar, danzar, gritar, cantar, aplaudir, levantar las manos, etc., como parte de la alabanza.
Y también se nos enseña que la voluntad de Dios Padre es que “al Nombre de Jesús se doble toda rodilla en los Cielos, en la Tierra y en los abismos” (Filipenses 2, 10).
Por eso en el momento más importante de la Misa, que es el de la Consagración, cuando el pan y el vino se convierten en Cuerpo y Sangre de Cristo, de manera que Dios verdaderamente está ahí, es lógico que nos hinquemos.
Hasta los santos en el Cielo se arrodillan ante el Señor: “Se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: ‘Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder’” (Apocalipsis 4, 11).
¡Qué hermoso podernos postrar ante nuestro Dios!
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 14 de agosto de 2022 No. 1414