Por P. Fernando Pascual
Necesito agua y comida. Necesito medicinas. Necesito tiempo para pensar. Necesito hablar y escuchar. Necesito aprender. Necesito cariño. Necesito perdonar y pedir perdón.
Nos damos cuenta de que esas necesidades, y tantas otras, son diferentes. No es lo mismo decir que necesito agua, y decir que necesito cariño.
En ocasiones, lo que percibo como necesidad puede ser dejado a un lado. Más de una vez he dicho que necesito salir fuera de vacaciones, y luego he descubierto que puedo pasar el verano en casa…
En otras ocasiones, la necesidad exige una respuesta. Si empieza un dolor extraño en la espalda o en la rodilla, necesito atenderlo, saber de qué se trata y, cuando el dolor es mayor, acudir al médico.
En la lista de necesidades, aparece el horizonte religioso. No porque Dios sea una necesidad como otras, sino porque mi corazón está orientado a algo mucho más grande y bello respecto de todo aquello que puedo encontrar en lo cotidiano.
En ese horizonte religioso no solo me abro a Dios, a su acción en la historia humana, sino que también encauzo la necesidad que da sentido a toda la vida: la de amar y ser amados.
Porque después de comer y beber, después de estudiar y hablar, después de dormir y trabajar, mi corazón necesita ser “saciado” en una dimensión que no se alcanza en las mil actividades de lo cotidiano.
Esa dimensión se encuentra solamente en Dios. Así lo expresa ese maravilloso texto tan conocido de san Agustín, al inicio de sus Confesiones: “pues nos hicisteis para Ti, y nuestro corazón anda inquieto hasta que descanse en Ti” (Confesiones I,1,1)
Señor, Te necesito. Te necesito como Creador. Te necesito como Salvador. Te necesito como Padre. Te necesito como Amigo.
En medio de los muchos deseos de mi corazón, Te pido que me guíes y me fortalezcas, para que oriente el tiempo que me das en la tarea más hermosa, en la necesidad más íntima, a la que me invitas cada día: vivir desde el amor para amar…
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 31 de julio de 2022 No. 1412