Por P. Fernando Pascual
La sobremesa se alargó. Entre los monjes había iniciado una discusión intensa sobre el número de los sacramentos, y cómo a lo largo de los siglos se había debatido sobre esto y se había llegado a conclusiones diferentes entre los ortodoxos y los católicos.
Fray Jacinto estaba inquieto. Algo notaba en aquella discusión entre sus hermanos que no le parecía correcto.
Cuando más tarde fue a la capilla, puso su mirada en el Sagrario y empezó a dialogar con Cristo.
“Señor, no sé qué pasó en mi alma mientras participaba en aquel apasionante debate. El tema era importante, pero el modo y el tiempo que dedicamos al mismo, ¿era correcto?
Me vino a la mente que esta tarde, en algún hogar cercano, habría alguna mujer angustiada porque la presionaban una y otra vez para que abortase.
En otra casa, un señor o una señora veían con pánico que no había el dinero suficiente para pagar la hipoteca de este mes, y que había peligro de que la familia fuera desalojada.
Un joven se dirigiría, con pena pero sin fuerzas para resistir, a esa plaza donde le venderían una droga que lo estaba destruyendo.
Cientos y cientos de personas, en estas horas, sufrirían y sufren por problemas muy graves, mientras nosotros estábamos allí, en una mesa, sin prisas, en una importante discusión teológica.
Sé que la teología es importante, sé que los dogmas tienen un sentido central en la vida cristiana.
Pero también sé que de nada sirve saber y explicar magníficamente la verdad católica si me falta la caridad, si no soy capaz de salir al encuentro del necesitado.
Por eso, Señor, estaba inquieto en la comida. Tengo miedo de que, casi sin darnos cuenta, quedemos atrapados en reuniones, diálogos, estudios interminables, que tienen su valor, pero que en ocasiones nos impiden darnos cuenta de las necesidades de los más desamparados.
Te pido, entonces, Señor, que me ayudes, y que ayudes a mis hermanos de comunidad, para que abramos los ojos y el corazón, y así tengamos la fuerza del amor que sale al encuentro y ayuda a quienes lo necesiten.
De ese modo, parte del tiempo que empleamos en discusiones, algunas, por desgracia, inútiles, lo empezaremos a invertir en asistir y consolar a los que tienen necesidades en su cuerpo o en su espíritu…”
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