Reflexión homilética 14 de agosto de 2022

Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

El primer ejemplo es Jeremías. Cuando el profeta recibió el mensaje de Dios lo repetía al pueblo, aunque le amenazaran con la muerte.

El segundo es Jesucristo que, como decía San Pablo, nos dará en sus ojos de Redentor las respuestas a nuestras interrogantes.

El tercero es el Espíritu Santo, ese fuego que Jesús ansía prender en el mundo.

Jeremías

Jeremías es el profeta que más sufrió por ser fiel.

Por su parte, Dios cumplirá siempre su Palabra librándole de las amenazas y peligros que se le presentaban frecuentemente.

La lectura de hoy nos presenta al rey Sedecías que se ve sin fuerzas frente a los nacionalistas exacerbados. Es un problema que vemos continuamente a lo largo de la historia.

En el caso concreto, sucedió que los revolucionarios pidieron a Sedecías matar a Jeremías. Para ello querían meterlo en un aljibe que, sin agua, tenía un barro en el que se hundiría, no podría salir y moriría de hambre.

Fue entonces cuando Ebemelek, un extranjero cusita, dijo al rey que Jeremías iba a morir porque estaba hundido en el barro.

El rey le mandó que fuera con tres hombres a sacarlo del aljibe. Él, llevando a los tres hombres y unas cuerdas que hizo con una ropa vieja que encontró, le pidió al profeta que se las amarrara por debajo de los hombros y así consiguieron sacarlo librándolo de la muerte.

Más adelante veremos cómo el mismo rey de Babilonia, también extranjero, que deportó a los judíos dio plena autoridad a Jeremías para que viviera en libertad donde él mismo escogiera.

No nos ha de extrañar que Dios se valga de los medios más originales para librar a los suyos de persecuciones y de ideologías.

Carta a los hebreos

Esta carta nos trae la solución a todos los problemas que se nos presentan en la vida. En lugar de ponerse frente a frente y discutir, por ejemplo, entre esposos, nos damos cuenta de que, con esa actitud, nunca hay solución, sino que se termina discutiendo.

En cambio, si se sientan los dos en la misma dirección, mirando a Jesús y en su cuadro o imagen hacen un acto de fe «en ese Jesús que renunciando al gozo inmediato soportó la cruz despreciando la ignominia y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios», las cosas cambiarán y, en vez de acabar peleando, descubrirán que se quieren tal como ha pedido Jesús en el Evangelio.

Salmo 39

En este salmo encontramos las palabras con que la Iglesia suele empezar su oración:

«Señor, date prisa en socorrerme».

El salmista nos dice que «esperaba con ansia al Señor y Dios se inclinó y escuchó mi grito. Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios». Así se reconoce como «pobre y desgraciado, pero el Señor se cuida de mí».

Salmo aleluyático

Nos recuerda cómo las ovejas del Buen Pastor «escuchan mi voz y yo las conozco y ellas me siguen».

Evangelio

El Evangelio nos habla del fuego del Espíritu Santo que Jesús vino a pegar en la tierra y ya estaba ansioso de que, pasada su muerte y resurrección, viniera ese fuego el día de Pentecostés.

En cuanto al tema de que «vino a traer la paz y no la división» es claro: porque «donde está el Espíritu del Señor está la libertad».

Por eso, en una familia están los que sí creen y los que no aceptan el mensaje de Jesucristo y, en ese sentido, se puede destruir la paz.

Por nuestra parte, amigos, aceptemos con plena libertad las enseñanzas de Jesucristo, que nos trae desde el Padre el Espíritu Santo.

Imagen de David Mark en Pixabay

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