Por P. Fernando Pascual
Molesta un mosquito, un día de calor húmedo, un retraso en el metro, un altavoz a todo volumen en el piso de arriba.
Molesta un aumento de los precios, las restricciones ante una epidemia, el desorden en el lugar de trabajo, la agresividad de un pariente cercano.
Son muchas las cosas que nos molestan. Algunas, más puntuales, como en la primera lista. Otras, más duraderas y complejas, como en la segunda.
Ante las molestias, podemos tomar diversas actitudes: resignación, cansancio, desesperación, rabia, deseos de revancha.
Lo importante, ante molestias pequeñas o grandes, ante molestias del momento o duraderas, es mantener la calma suficiente para afrontar la situación de la mejor manera posible.
Porque nada conseguimos con quejas continuas, con nerviosismos desgastantes, con reacciones bruscas y desproporcionadas, con fatalismos que nos paralizan.
Necesitamos, pues, ver la situación de la manera más completa posible, identificar las opciones ante la misma, y distinguir entre lo que agrave el problema y lo que conduzca a soluciones eficaces.
Se aplica, en el tema de las molestias, el consejo que encontramos en Epicteto: distinguir entre lo que no podemos cambiar, y lo que sí podemos cambiar.
Ante lo primero, necesitamos afrontar el golpe y no dejar que nos dañe más allá de lo que sean consecuencias inevitables.
Ante lo segundo, necesitamos tiempo para analizar las opciones, escoger las más pertinentes, y aplicarlas con oportunidad y calma.
La vida está llena de contratiempos, dificultades, molestias. Ante las mismas, podemos aplicar aquella hermosa reflexión que Alessandro Manzoni ofrece al final de su novela Los novios (en italiano, I promessi sposi).
El famoso novelista recuerda que hay males (podríamos decir, molestias) que ocurren por culpa de uno o sin culpa de uno. Lo importante, ante esos males y molestias, sería vivir con una auténtica confianza en Dios, que “los suaviza y los convierte en algo útil para una vida mejor”.
Así, las molestias no serán un freno, sino un momento de maduración, de apertura a Dios, que es un Padre bueno. También nos dispondrán mejor para ayudar a otros ante molestias y males en los que necesitan manos amigas y corazones dispuestos a escuchar.