El obispo de Kharkiv-Zaporizhia, habló en Vatican News de los efectos de la guerra en quienes la viven en primera persona y de los numerosos retos que quedan por afrontar: los problemas relacionados con los traumas vividos, las familias desgarradas, tantas viudas, tantos huérfanos y discapacitados. «Si dejamos que Dios actúe en nosotros y si seguimos sus mandamientos, esto nos ayudará a amar. Sin justicia y sin la búsqueda de la verdad no podemos amar»

Por Svitlana Dukhovych / Vatican News

El «contraste» – con esta palabra describe su experiencia del viaje de Kharkiv a Roma – monseñor Pavlo Honcharuk, obispo ordinario de la diócesis latina de Kharkiv-Zaporizhia, que del 1 al 8 de septiembre participó en el curso de formación para nuevos obispos, celebrado en el Ateneo Regina Apostolorum.

«Para mí – afirma – es impresionante ver a la gente aquí caminando tranquilamente por las calles, ver la iluminación nocturna y los aviones volando serenamente en el cielo”. En la ciudad en la que vive, ha vivido bajo cohetes y bombas todos los días, incluso cerca de la curia episcopal, y una vez una bomba de racimo cayó en el tejado, creando un agujero de un metro de diámetro y muchos otros agujeros pequeños. «Tardé seis horas en tapar todos los agujeros pequeños», relata. «Gracias a Dios, no hubo víctimas entre el personal de la curia y las familias que se habían refugiado allí».

La guerra dentro

Monseñor Honcharuk percibe la fuerza de este contraste no sólo a su alrededor, sino también en su interior: «Quien, después de un tiempo, sale por primera vez de las zonas bombardeadas, tiene una experiencia especial porque la psique humana tiene sus propios mecanismos», explica el prelado quien, antes de ser obispo en el 2020, también fue capellán militar. «La primera noche duermes tranquilamente, y la segunda o tercera comienzan las pesadillas: te despiertas con una ansiedad fuerte y un miedo a la muerte”.

“En las noches siguientes sueñas con terribles escenas de guerra: tanques, explosiones, etc., pero luego llega la calma. Esto ocurre porque cuando vives en un estado de peligro constante, al cabo de un tiempo tu mente empieza a bloquear las emociones, a suprimir incluso la percepción del miedo, y en cuanto sales de ese lugar, todo empieza a aflorar”

La experiencia de la belleza de la Iglesia

Para el prelado de 44 años, esta visita a Roma era la primera desde su nombramiento como obispo de Kharkiv-Zaporizhia. Le impresionó el número de participantes de todo el mundo: 152 obispos sólo en la primera sesión. Junto con los demás, asistió a la audiencia con el Papa Francisco.

«Me impresionó la sencillez de la conversación con él, su sentido del humor, sus profundos comentarios y sus respuestas a las preguntas de los obispos», dijo. «También he visto que se preocupa por Ucrania y que conoce bien la situación». Todo ello permitió a monseñor Honcharuk experimentar una Iglesia «verdadera, grande y hermosa, pero al mismo tiempo, sufriente y vulnerable – depende de la región y de la situación – la experiencia de la diversidad en la unidad».

La formación preparada por la vida

La vida le ha dado a monseñor Pavlo Honcharuk un entrenamiento muy severo: tras su nombramiento en enero del 2020, comenzó la pandemia y dos años después, estalló una guerra a gran escala. Estos acontecimientos cristalizaron su percepción de la vocación episcopal:

“Me di cuenta de que, en primer lugar, tengo que estar allí, estar cerca de la gente y tratar de entender cómo puedo vivir con Dios hoy, qué me ayuda a estar con Él, qué puedo hacer para serle fiel y hacer aquello a lo que me llama”

El prelado afirma que la inmensa cantidad de cuestiones organizativas y prácticas que surgieron, tanto durante la pandemia como durante la guerra, lo ayudaron a comprender mejor qué es lo más importante, cuál es el significado de lo que hace, cuál es su identidad como persona humana, como cristiano y como obispo.

“El hecho de que esto ocurriera al principio de mi ministerio como obispo – dice – me ayudó a no ceder a la tentación de los asuntos secundarios y sin importancia, para centrarme en lo esencial”.

“Una tarde me llamaron por teléfono y me dijeron que teníamos que irnos porque Kharkiv iba a ser rodeada esa noche: estábamos allí de pie y no sabíamos qué llevarnos porque todo parecía tan poco importante… Así que experimentamos una profunda reevaluación de todo”

Los momentos de decisión

Al escuchar todos estos dramáticos acontecimientos que el obispo ha vivido y vive en Kharkiv junto a sus habitantes, surge la pregunta: «¿Cuál es el criterio para tomar la decisión de abandonar la ciudad?”. La opción del obispo ha sido hasta ahora, y lo es hoy aún más, quedarse mientras pueda ponerse al servicio de los demás. “Para la gente, incluso la mera presencia del obispo es muy importante», responde sin dudar.

“Los momentos más difíciles son los atentados porque estás en la constante tensión de que serás el próximo en ser atacado. Así que existe el peligro constante de la muerte. Pero mientras pueda cumplir mi misión, me quedo”

Monseñor Honcharuk cuenta otro episodio, cuando le dijeron en los últimos días que tenían que irse porque se acercaban los militares rusos. En ese momento, el canciller, el padre Hryhoriy y su hermana que trabaja en la cocina estaban con él en la curia. El obispo les dijo que se marcharan primero porque el padre Hryhoriy no conducía y, por tanto, no podía salir solo en el último momento.

«Le dije que me uniría a ellos solo más tarde – cuenta el obispo –también porque era capellán militar y habría tenido la posibilidad de salir de una situación peligrosa». El padre Hryhoriy me miró durante un par de minutos y dijo: «No te voy a dejar solo. Yo también me quedo. Gracias a Dios, el peligro había pasado y nadie tuvo que salir».

Habrá muchas heridas que curar

La Iglesia en Ucrania está junto a su pueblo en esta prueba sin precedentes, y tendrá que acompañarlo incluso después del fin de la guerra. El obispo de Kharkiv-Zaporizhia es consciente de que los retos serán muchos: los problemas relacionados con los traumas vividos, las familias divididas, tantas viudas, tantos huérfanos, los discapacitados, los traumas de los soldados que regresan a casa y no pueden sacarse la guerra de sus almas, la pérdida de hogares y de puestos de trabajo, los conflictos en el seno de las familias de los distintos lados del frente. «También está la cuestión del perdón», dice monseñor Honcharuk.

«Encontrar la fuerza para perdonar no significa olvidar, sino desear lo que Jesús en la cruz quiso para los que lo crucificaron. Debemos ayudar a los fieles a mirar todo lo que ha sucedido con los ojos de Cristo, porque sólo así podrán evitar ser destruidos por el dolor y perder su dignidad. Toda la sociedad tendrá la tarea de sacar al país de estos escombros, y no tanto los físicos, sino los de las relaciones entre las personas, entre las familias. Pero estoy seguro de que si dejamos que Dios actúe en nosotros y si seguimos sus mandamientos, que son justos, esto nos ayudará a amar, porque sin justicia y sin búsqueda de la verdad, no se puede amar».

Publicado en Vatican News

Imagen de Stefan Keller en Pixabay

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