Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética el 4 de septiembre de 2022
Cuando las criaturas se empeñan en quitar a Dios de su puesto para ponerse ellas, aparte de hacer el ridículo, encuentran todo fuera de lugar y nada les satisface. Ese es el precio que paga el orgullo de nuestra sociedad.
Sabiduría
A las primeras preguntas, nadie puede contestar porque solo el Creador conoce su obra:
«¿Qué hombre conoce el designio de Dios? ¿Quién comprende lo que Dios quiere?»
La verdad es que ningún ser humano puede descubrir la grandeza y los planes de Dios.
Nuestro cuerpo limitado incluso le impide a nuestra alma ver y comprender las cosas del cielo que están más allá de lo que vemos y tocamos:
«Los pensamientos de los mortales son mezquinos y nuestros razonamientos son falibles».
La sabiduría es un don de Dios y debemos pedírsela. Por ella podremos conocer el camino hacia Él y agradarle desde nuestra pequeñez y limitación.
Salmo 89
Nos invita a pedirle al Señor la sensatez, es decir, a reconocer en nuestra vida la grandeza de Dios y las limitaciones humanas:
«Enséñanos a calcular nuestros años para que adquiramos un corazón sensato», para conocer la sabiduría del Creador.
El salmista nos enseña que solo la misericordia del Señor nos da la verdadera alegría que tantas veces buscamos por caminos equivocados:
«Sácianos de tu misericordia y toda nuestra vida será alegría y júbilo».
San Pablo
Para entender esta carta de Pablo a Filemón, su carta más breve, debemos tener en cuenta los hechos que la explican.
Pablo, que está preso, escribe a su amigo Filemón. Se trata de un hombre que tenía un esclavo, Onésimo, que quizá se escapó por haber robado o por otros motivos.
Pablo se ha encontrado con Onésimo, le explica la fe y lo convierte.
Se encariña con él y llega a llamarlo «mi hijo porque lo engendró en la prisión».
En la carta explica que le gustaría quedarse con Onésimo, pero prefiere que, convertido, vuelva con su amo.
Pero hay más: pide a Filemón que, ahora que el esclavo se ha convertido, lo reciba no como esclavo, sino como un hermano en la fe y lo presiona con estas palabras:
«Si yo lo quiero tanto, cuánto más lo has de querer tú, como hombre y como cristiano.
Si me consideras compañero tuyo, recíbelo a él como a mí mismo».
Verso aleluyático
«Enséñame tus leyes». ¿Pedimos esto al Señor porque queremos amarrarnos? ¡No!, las leyes de Dios son amor, son luz, por eso las deseamos y el salmista lo describe largamente en el salmo 118.
Evangelio
Tiene dos partes muy distintas.
En primer lugar, Jesús trata del orden en el amor. El primero siempre es Jesús y, después, vienen los distintos motivos familiares:
«Si alguno se viene conmigo y no pospone a su padre y a su madre y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío».
Pero, además, Jesús quiere que su discípulo le imite cargando la cruz como la cargó Él:
«Quien no lleve su cruz detrás de mí no puede ser discípulo mío».
En segundo lugar, Jesús nos advierte la prudencia que debemos tener para realizar nuestras obras como discípulos suyos. Lo hace con estas sencillas parábolas.
Habla de uno que va construir y que antes «se sienta a calcular los gastos…».
También habla de un rey que va a presentar batalla y «se sienta primero a deliberar…».
Ese «sentarse a deliberar» indica cómo quiere Jesús que realicemos las cosas con la debida prudencia para no equivocarnos.
Evidentemente, también esto nos recuerda la parábola de las cinco vírgenes necias que no previeron el aceite para rellenar las lámparas del convite al que habían sido invitadas.
Que el Señor nos dé la sabiduría que necesitamos para realizar las obras según el plan de Dios y no según nuestros caprichos.