Por Arturo Zárate Ruiz
Según algunas voces, este 12 de octubre no debemos celebrar el Descubrimiento de América y menos aún a Cristóbal Colón: que América ya había sido descubierta y que no supo a dónde había llegado; que fue racista y esclavista; que impuso una religión, es más, el oscurantismo a los nativos; que practicó el colonialismo no sólo económico sino cultural, destruyendo las civilizaciones prehispánicas; que, en fin, era un varón y, por tanto, recordarlo es perpetuar una narrativa heteropatriarcal, machista, en los libros de historia. De allí que lo correcto haya sido, dicen, retirar su estatua del Paseo de la Reforma. Habría que borrarlo inclusive de nuestra memoria.
No estoy de acuerdo con esas voces. Pero hay que reconocer que, ciertamente, Colón no fue el primero en llegar a América, ni lo fueron los vikingos ni los egipcios. ¿No estaban ya aquí los mayas y los olmecas, es más, no habían llegado ya muchos otros antes desde el Bering hace más de 30 mil años? Por si todavía algún lector cree que Colón descubrió que la Tierra era redonda, no fue así, pues eso se sabía al menos desde tres siglos antes de Cristo, y lo sabían muy bien en Salamanca los profesores que le advirtieron a Colón que Japón se hallaba a 10 mil millas y no dos mil de España, como el último decía. Como Colón no era tonto, sospecho que sí sabía de un territorio entre España y Japón, pero que se lo quiso callar para reservarse para sí la explotación de una nueva ruta comercial con ese territorio.
Sí esclavizó a algunos indios, lo cual prohibió Isabel la Católica, y múltiples papas muchos años antes. Haberlo hecho le costó a Colón restricciones de la Corona española. Sí compartió él la Buena Nueva, lo que nos dice que en eso fue buen cristiano (todos los cristianos estamos obligados a anunciar la Palabra), y, si él forzó las conversiones, lo que no es seguro, las conversiones obligadas han estado prohibidas desde siempre, prohibición refrendada por los reyes católicos. En cuanto a la esclavitud, sólo los españoles cumplieron, al menos en su legislación, con su prohibición. Ningún otro monarca europeo lo hizo. Ningún pueblo precolombino la prohibía tampoco. Y no fue mero asunto de varones. Sor Juana, sin considerar la prohibición papal, poseía esclavas a su servicio.
Sí introdujo Colón la cultura europea en los nuevos territorios, lo cual no significó que desaparecieran muchas cosas buenas propias de por aquí. Todavía usamos el molcajete para las salsas, aunque haya hoy licuadoras. Y hemos bendecido a Europa y el mundo con nuestros productos agrícolas, entre otros, el tomate que en Italia tiene más aprecio que la misma piza. En cualquier caso, nadie nos prohíbe ni nos prohibió construir pirámides, pero los edificios con grandes espacios interiores nos han resultado más útiles, y los preferimos, como lo hacemos con el alfabeto en lugar de los glifos, y hoy el moderno teléfono celular en vez de las antiguas señales de humo. En lo que no hubo permiso fue en el canibalismo y los sacrificios humanos: se prohibieron de lleno. Si a estos desarrollos le llaman oscurantismo y colonización, ¡bienvenidos!
Sí, una mayoría hablamos español en Hispanoamérica. Pero durante el Virreinato no fue de ningún modo obligado. El náhuatl fue la lengua franca hasta bien entrado el siglo XVIII, y lo prueba la toponimia desde Costa Rica hasta Sinaloa.
Fueron los gobiernos liberales tras la independencia que, a falta de un rey y una religión común, impusieron el español como factor de unidad, según lo demuestra Messori.
En México, muchos prefieren celebrar el “Día de la Raza”, pero, además de que no existen en sí las razas, celebrar la “mexicana” no se libra de un tufo de racismo.
En cualquier caso, celebremos a Colón porque emprendió el intercambio comercial y cultural que pondría en contacto a todos los pueblos del mundo. Él inició, por decirlo de alguna manera, la primera globalización, y su llegada aquí detonó una identidad que nos une y hermana, por la religión, el lenguaje y el mestizaje, a todos los hispanoamericanos. Tendremos más negocios con nuestros vecinos del norte, pero me atrevo a decir que nos sentimos más a gusto aun con los mismísimos argentinos.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 9 de octubre de 2022 No. 1422