Por P. Fernando Pascual
Decían los antiguos que en todo lo que hagamos hay que buscar el fin. Ese fin, explicaba Aristóteles, exige orden. Porque, según ese gran filósofo, “es propio del sabio ordenar”.
¿Qué significa tomar decisiones para buscar orden? Significa, primero, reconocer que hay ámbitos en los que el orden depende de nosotros.
Segundo, que no se pueden hacer las cosas de cualquier manera, sino que necesitamos respetar el orden natural en las que se disponen mejor.
Así, para hacer un simple plato de arroz, no da lo mismo primero poner el agua, y luego el arroz, o al revés, o empezar con la sal, o sin sal, o calentar con fuerza antes o después.
Existen, si uno quiere alcanzar un objetivo concreto, diversas “reglas” que permiten alcanzar la meta y que surgen del modo de ser de las cosas. Solo desde esas reglas podemos tomar decisiones bien ordenadas.
En el caso del plato del arroz, el agua tiene su modo de ser, el arroz el suyo, el fuego el suyo, y la sal el suyo. No conocer cómo funciona cada cosa, o tratarlas como si todas fueran iguales, lleva a actuar desordenadamente.
En cierto sentido, la misma vida humana se vive mejor si sabemos buscar el orden adecuado de nuestro interior, y se vive peor si permitimos el desorden de las facultades, de los pensamientos, de los sentimientos, de las acciones.
Cuando reconocemos lo anterior, empezamos a invertir tiempo para organizar mejor nuestros pensamientos, para promover una sana jerarquía de valores, para pedir consejo a quienes han logrado buenos objetivos.
Puede parecer difícil, sobre todo en un mundo que no siempre educa a la reflexión, y que ofrece no pocos ejemplos negativos de vidas desordenadas pero que son presentadas como famosas y llenas de placeres.
La realidad es que una vida fuera del orden lleva al fracaso. Un fracaso que no es solo personal, sino que también afecta a quienes viven más cerca o, en ocasiones, más lejos.
Ante la situación caótica de algunas sociedades, vale la pena una buena reflexión sobre el orden que permite alcanzar los objetivos centrales de la existencia.
Entre esos objetivos, no podemos olvidarlo, está el horizonte de Dios, que ha sido el origen de este universo en el que vivimos. Ese Dios es la meta y el anhelo más profundo y mejor ordenado de todo corazón humano, en el tiempo presente y en el que inicia tras la muerte…
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