Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

En la Filosofía de la Religión se habla de Dios como ‘el totalmente Otro’; en parte es así, pero no del todo, porque el ser es análogo: en parte es así y en parte no. Lo consideramos el ser Absoluto que existe por sí y el ser que existe por Otro, o por el Absoluto. Por eso podríamos decir que ‘Dios es diferente’ y no ‘el totalmente Otro’.

Las visiones helénicas de Dios y la visión de la Biblia hebrea, son muy diferentes, con una distinción esencial. Las primeras ponen de manifiesto la búsqueda del hombre respecto del ser o seres divinos; le Biblia hebrea nos habla de la entrada de Dios en el mundo, autorrevelándose de modos distintos a través de la Historia, inculturizando su revelación progresiva. En la etapa de Jesucristo, consideramos a Jesús de Nazaret el Cristo de nuestra fe, como la Autorrevelación misma y el Acontecimiento en su persona de la salvación en la Historia, en virtud de su encarnación; Dios que se hace hombre.

Los cristianos a través del tiempo, han aceptado lo que consideran verdadero de las filosofías y aceptan la Biblia hebrea en totalidad como la revelación del Dios único y verdadero; pero dan un paso más en la aceptación de Cristo Jesús en las páginas de lo que llamamos el Nuevo Testamento,- los Evangelios, las Cartas y el Apocalipsis, y en el testimonio de la Iglesia; lo aceptamos como el Cristo, es decir, el Mesías, que murió y resucito. Este acontecimiento de la Pascua lo celebramos en la liturgia como Cristo Jesús, Jesus es el Señor. Lo Apóstoles reconocieron a Jesús de Nazaret como Mesías- Cristo, por su experiencia pascual. Su papel era único e inigualable Lo consideramos Dios de la misma sustancia o naturaleza divina, una y única, poseída con el Padre y el Espíritu Santo. Cristo Dios, -en su humanidad, mostró el Rostro del Padre: él es su Faz: ‘Quien me ve a mí ve al Padre’.

En el tiempo de Jesús, desconcertaba su visión de Dios, contra la visión de los escribas y fariseos. Jesús rechazado será acreditado por el Padre en virtud de su resurrección. Por supuesto que los cristianos de ayer y los de hoy aceptamos la fe judía en Yahvé; llega a su plenitud en la práctica litúrgica y por  el Espíritu Santo:  Jesús es el Señor; solo a través de él se tiene acceso al Padre. Jesús, por tanto, no es un Dios distinto, sino es el único con el Padre y el Espíritu Santo.

Jesús nos revela en sí mismo a Dios desconcertante. Les quita ese aspecto opresor a las interpretaciones de la Ley; el Sábado es para el hombre y no el hombre para el Sábado, porque Dios es el Sabat en quien hay que reposar y descansar; lejos de todo carácter sectario de las posturas religiosas: fariseos, saduceos, celotas; inconforme con el ritualismo exterior ya que Dios quiere el amor del corazón.

Toda la enseñanza de Jesús y sus mandatos tienen la impronta del amor y de la misericordia. Por eso en esa tesitura se valora este pasaje de san Lucas (cf 18, 8-14) en el cual nos ofrece esta parábola del justo y del publicano, -recaudador de impuestos; éste despreciable por ser colaborador de los romanos opresores: en relación con aquellos que se creían justos y menospreciaban a los demás.

El fariseo piadoso ora de pie, su conciencia está limpia, es inocente. No es hipócrita, ayuna e incluso da gracias a Dios, porque ‘no es como ese publicano’.

El recaudador de impuestos, -el publicano, está en un rincón, sus ojos fijos en el suelo; solo se abandona a la misericordia de Dios: ‘Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador’.

El fariseo centrado en sí mismo no salió justificado; ya se había justificado a sí mismo y por sí mismo. Lo decisivo al final, más allá de ser piadoso, es participar del amor misericordioso de Dios, ‘porque al atardecer de la vida, nos examinarán del amor’, como nos enseña san Juan de la Cruz. La religión sin misericordia, es un atentado contra el Dios vivo y verdadero, porque Dios es el Amor, es el Perdón y es la Misericordia.

Qué pena que nos pasemos la vida condenando a los demás.

A veces tenemos actitudes neofarisáicas; dentro del cristianismo se llaman posturas ‘pelagianas’, de los que pretenden salvarse por sí mismos; o las posturas gnósticas cuyo conocimiento, -gnosis, se presenta como la misma salvación. Este tipo de gnosticismo pervive en las posturas de aquellos que defienden su supuesta ortodoxia, sin la práxis efectiva del amor y de la misericordia. Se sienten buenos y no son como los demás.

No basta la vida ética ni la vida religiosa, sin la misericordia y la compasión.

Este tipo de personas viven ‘la ilusión de inocencia total’, como sentencia Pagola: ‘no soy como los demás’.

El fariseo está plenamente satisfecho de sí mismo, ante su conciencia y ante Dios; solo tiene ojos para sí mismo. Es una versión religiosa del mito de Narciso.

El publicano reconoce con honda sinceridad que es pecador; está en el camino de la verdad. Da el primer paso a la conversión. Dios le dará su gracia para que el abismo de su miseria se colme con el abismo del amor y la misericordia de Dios.

Nos preocupamos de muchas cosas hoy; hemos eliminado el espacio por el tiempo: no se tiene espacio para el amor de Dios ni para el amor a los demás. Así transcurre la vida vacía y anodina con una felicidad aparente y de oropel, que más bien tiene el peso de evasión y de banalidad.

Jesús, Dios diferente y desconcertante, nos ofrece el camino de la felicidad: amar como él, perdonar como él, actuar como él. Jesús es el Camino a seguir hasta la inmolación del Calvario; Jesús es la Verdad para ser proclamada, porque solo el ‘amor explica todo’: la Verdad es el amor. Jesús es la Vida a vivir; solo en él tiene sentido vivir la vida en plenitud. Nos llevará a la paz y al gozo, en el Sabat, -en el Descanso, que es él mismo, juntamente con el Padre y el Espíritu Santo.

Lejos pues de visiones imaginarias de Dios, porque Jesús, el Padre y el Espíritu Santo, son un solo Dios, diferente y desconcertante. La verdadera religión es la comunión con las Personas divinas y con las personas humanas, en el tiempo y después en la eternidad.

 

Imagen de karamel en Pixabay

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