Cuando todo parece perdido, siempre está la mano de Dios que nos ofrece el perdón, tal y como él lo hace día a día.
Soy Cristina, me casé con Juan hace 38 años y formamos un hermoso hogar. Durante 34 años viví como en un cuento de hadas. Dios nos dio la bendición de 2 hijos que hoy en día son profesionales exitosos, se casaron y han formado sus propias familias. Mi vida era perfecta, siempre me sentí amada y respetada y daba gracias a Dios porque había escogido para mí al mejor hombre del mundo. Juan, un hombre muy trabajador, simpático, alegre, espiritual y siempre dispuesto a ayudar a quien se lo pidiera en la comunidad que nos rodeaba. Estaba siempre rodeado de amigos, familiares y personas que lo admiraban y se sentían bendecidos por su amistad. Yo, siempre muy orgullosa de él, vivía permanentemente enamorada de mi esposo.
Una noche de mayo del 2018, mientras regresábamos muy felices de un concierto, mi teléfono sonó y era mi cuñada, esposa de mi hermano, quien llorando me decía que su hija, mi sobrina, de 13 años estaba siendo violentada sexualmente a través de fotografías en el celular y tocamientos, lo cual ella acababa de descubrir. Yo de inmediato me puse en alerta y le dije que teníamos que cambiarla de escuela y demandar al maestro, a lo que ella respondió: “no es en la escuela, no es un maestro.”
Esa noche inició el peor calvario que yo pudiera vivir, nunca imaginé que fuera a sufrir de esa manera; dentro de mí había un profundo dolor y muchas lágrimas. Mi esposo, ese hombre maravilloso era el culpable, lo fui descubriendo poco a poco ya que nadie se atrevía a mirarme a la cara y decirme toda la dolorosa verdad. Tengo 3 hermanos, cada uno de ellos tienen una hija, las 3 niñas son nuestras ahijadas de bautizo además de otras 7 pequeñas que nos fueron también confiadas por sus padres para llevarlas a bautizar. Y mi esposo había abusado de las 3, desde hacía 20 años atrás, las niñas habían callado porque se sentían culpables o en sus mentes infantiles creían que ellas lo habían provocado, ya que su “padrino” era un hombre tan bueno, que nadie les creería.
Juan fue demandado por mi cuñada, quien al poco tiempo se divorció de mi hermano, yo me separé inmediatamente de él y caí en una terrible depresión. En ese estado no pude ayudar a mis hijos quienes también estaban sufriendo inmensamente al darse cuenta de lo que su padre había hecho.
Yo no encontraba la manera de continuar con mi vida, deseaba morir y no tener que enfrentar a mi familia ni a nuestros amigos. Vivía en una permanente obscuridad con un dolor inmenso en el alma, odiando y maldiciendo a mi esposo, a quien amaba con todo el corazón y del que me separé el mismo día en que me enteré de todo. No volví a verlo hasta 2 años después.
Para entonces yo había probado de todo, terapias con psicólogos y psiquiatras que me recetaron antidepresivos, pastillas para dormir, pastillas para levantarme, círculos de autoayuda, inclusive una relación con alguien más, pero yo seguía muy mal. Estaba muy enojada, principalmente con Dios, a quien le reclamaba constantemente por qué no había cuidado mi hogar. Mi vida iba cada vez más en picada, hundiéndome en el pecado, en un espantoso abismo de rencor, odio y tristeza, pero, sobre todo, en una inmensa soledad que no se llenaba con nada.
Hasta que un día una amiga me habló del Taller del Perdón. Como ella también pasaba por un grave problema, me animó a inscribirme y asistimos las dos.
Recuerdo que, desde la primera sesión, sentí algo diferente en mi corazón, la voz de aquellas terapeutas del Taller del Perdón me hizo poco a poco conectar mi mente y mi corazón con las palabras: “Dios te ama, y TODO se puede perdonar”.
Por primera vez en esos amargos años, me di la oportunidad de abrir mi corazón y aunque no paré de llorar durante toda la sesión, recuerdo que, al volver a la soledad de mi casa, me puse de rodillas ante la imagen de la Santísima Virgen y del Sagrado Corazón de Jesús y llorando les pedí perdón por haberme olvidado de ellos y supliqué por una segunda oportunidad para mi vida y para mi familia.
Desde entonces, ha sido un largo caminar, pero he aprendido a aceptar que el pasado no se puede cambiar, pero sí puedo aprender de él. También, que mi vida aún tiene gran valor y que tengo mucho para dar en mi corazón. AL PERDONAR, ME LIBERÉ del infierno en el que estaba, pude volver a sonreír y a caminar de la mano de la Santísima Virgen y de Dios Nuestro Señor. Ya no necesito pastillas de ningún tipo para vivir. Hoy sé con toda certeza que LA ORACIÓN ES LA FUERZA MÁS PODEROSA DEL UNIVERSO, y que Dios me llevó a vivir el Taller del Perdón, para darme una segunda oportunidad.
Agradeceré de por vida la intervención que el equipo del Taller del Perdón tuvo para apoyarme a sanar.
GRACIAS DIOS MÍO, GRACIAS TALLER DEL PERDÓN
(Testimonio recopilado por el equipo del Taller del Perdón).