Por Jaime Septién
En su célebre Biografía del silencio, el sacerdote español Pablo d’Ors escribe: “Me gusta o no me gusta: es así como solemos dividir al mundo, exactamente como lo haría un niño. Esta clasificación no solo resulta egocéntrica, sino radicalmente empobrecedora, y en altísimo término, injusta”.
Esta división además de hacernos semidioses, capaces de enjuiciar lo que no es de nuestro agrado como si fueran un mal, nos quita de gozar la intensa diversidad de la que se compone el mundo que nos rodea. En el fondo, el egocentrismo no es más que el infantilismo que caracteriza nuestra época.
Al diablo le encanta que pasemos un cuchillo en medio de “nosotros” y “los otros”. Y lo primero que suprime en nuestra conciencia es la posibilidad de hacernos una pregunta: ¿Es correcto, humano, solidario, amoroso, lo que estoy haciendo al afirmar a pie juntillas que los que viven del otro lado del río están locos de remate? ¿Es conforme a la Ley de Dios borrar del mapa al otro diciendo que constitutivamente es un imbécil?
Bien lo dice d’Ors: “Mientras que el hombre tenga preguntas qué hacerse, tiene todavía salvación”. Es increíble la capacidad de meter en aprietos a nuestro ego con una simple pregunta: ¿Quién te crees? O con estas otras: ¿De dónde sale tu superioridad? ¿Contra qué te comparas? Lo más humano es ser humilde. Aceptar al otro. No dividir. Y bien se ve que, con tanta tecnología a la mano, cada vez nos es más difícil ser humanos.
TEMA DE LA SEMANA: “¿ES POSIBLE LA PAZ INTERIOR? LOS SANTOS TIENEN LA RESPUESTA»
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 23 de octubre de 2022 No. 1424