En la forma más clásica en que la Iglesia suele ordenar los 73 escritos que conforman la Biblia, hay siete libros del Antiguo Testamento que se agrupan bajo la categoría de “libros sapienciales”, es decir, relacionados con la sabiduría.
Se trata de Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico.
No faltan los exégetas —intérpretes de la Biblia— que consideran que estos libros son la “sabiduría popular” de Israel, transmitida de padres a hijos, del mismo modo que cualquier otro pueblo o cultura del planeta ha tenido la suya y la ha pasado a las siguientes generaciones, sobre todo a través de dichos y refranes.
Pero al hablar así se corre el riesgo de despojar a estos libros de su carácter sagrado. La Iglesia ya se ha pronunciado en diversas ocasiones respecto de que es Dios Espíritu Santo quien ha inspirado todos y cada uno de los 73 libros bíblicos. El concilio de Trento, el día 8 de abril de 1546, señaló con fuerza y claridad: “Y si alguno no recibiera como sagrados y canónicos los libros mismos íntegros con todas sus partes (…), sea anatema”.
Para qué son
Entonces, no es que la sabiduría de los libros sapienciales fuera algo común al pueblo de Israel, o parte de su idiosincrasia, sino más bien que diversas personas fueron adquiriendo —de Dios, porque Él es el autor de la sabiduría (Proverbios 8, 22)— un conocimiento más profundo capaz de dar respuesta a las grandes preguntas que la humanidad se hace; por ejemplo, el libro de Job evalúa la cuestión del sufrimiento humano. Y luego el Espíritu Santo empujó a tales personas a transmitir esta sabiduría —dentro de su cultura particular— y a que se pusiera por escrito.
Hay libros sapienciales que también contienen numerosas luces para actuar con tino en las cuestiones cotidianas. Es que el propósito básico de éstos no es tanto la enseñanza intelectual, sino proponer una guía útil para los más variados aspectos de la vida, a fin de que todo ser humano pueda andar en el camino Dios.
Es decir, no se va tras una sabiduría de eruditos, sabiduría humana, sino hacia esa otra de la que luego hablaría nuestro Señor Jesucristo:
“Te alabo, Padre, (…) por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los que son como niños” (Mateo 11, 25).
Y también san Pablo: “Dios los ha llamado a pesar de que pocos de ustedes son sabios según los criterios humanos,(…). Y es que, para avergonzar a los sabios, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por necios” (I Corintios 1, 26-27).
Algo más
A pesar del carácter de estos libros, eso no quita que el Espíritu Santo se mueva en ellos también a otros niveles, por ejemplo, entregando mensajes proféticos, tal como ocurre con las 22 profecías mesiánicas cantadas en el libro de los Salmos.
Es Palabra de Dios, pero esta literatura se manifiesta al mismo tiempo como profundamente humana. Así la describió Juan Pablo II en su encíclica Evangelium vitae: “Es una reflexión que se desarrolla de modo particular en los libros sapienciales, partiendo de la experiencia cotidiana de la precariedad de la vida y de la conciencia de las amenazas que la acechan. Ante las contradicciones de la existencia, la fe está llamada a ofrecer una respuesta”.
TEMA DE LA SEMANA: “SABIDURÍA ANTIGUA PARA LA INCERTIDUMBRE DE HOY”
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 16 de octubre de 2022 No. 1423