Moisés dijo en una ocasión: “Ojalá todo el pueblo del Señor fuera profeta y el Señor les infunidera su espíritu” (Números 11, 29).

Pues si bien siempre ha habido profetas, sólo a partir de Pentecostés el Espíritu Santo se derramó con tal profusión que numerosas personas, tanto mujeres como varones, han recibido de Él ese carisma. Por ejemplo, las cuatro hijas de Felipe, el diácono, “que profetizaban” (Hechos 21,8-9).

Pero, antes del establecimiento de la Nueva Alianza, no solamente Débora poseyó el don de profecía, sino que también lo tuvieron otras mujeres, constituidas como intermediarias entre lo divino y lo humano:

  • María, la hermana de Moisés y Aarón, que era profetisa y encabezó la alabanza a Dios tras que los hebreos cruzaran el mar Rojo y quedar liberados de la esclavitud (Éxodo 15, 20-21).
  • Juldá, que vivía en Jerusalén y a quien los sacerdotes y el rey de Judá consultaban para conocer la voluntad de Dios (II Reyes 22, 14-20).
  • La esposa del profeta Isaías, que es llamada “profetisa” en la Biblia (Isaías 8, 3), pero se desconoce su nombre.
  • Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser, que era una profetisa de Jerusalén que ya había llegado a la ancianidad cuando el Niño Jesús fue presentado en el templo (Lucas2, 36-38). Con ella se cierra el ciclo de las profetisas del Antiguo Testamento.

TEMA DE LA SEMANA: “LA FUERZA DE LA MUJER EN LA BIBLIA”

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de octubre de 2022 No. 1421

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