Por P. Fernando Pascual

Un gesto sencillo, regar plantas, tiene varios significados, que reflejan aspectos importantes de la vida.

Un significado es obvio: las plantas, como seres vivos, necesitan agua.

Otro significado se descubre cuando observamos al ser humano: siente la responsabilidad de cuidar unas plantas concretas, de darles el agua que necesitan.

Desde luego, regar plantas tiene sus reglas, según el tipo de planta, la época del año, la ubicación y otras circunstancias.

Por eso, uno aprende a regar bien las plantas cuando se fija en los detalles concretos de cada una, en sus necesidades estables o en las que surgen por sorpresa.

Luego, se llega a una cierta “rutina”: esta planta se riega cada día, aquella cada dos días, la otra cada semana…

Si uno ha aprendido bien, el riego mantiene en salud y fuerza a esas plantas que muchas veces solo piden un poco de agua.

Si regar las plantas requiere un aprendizaje, aunque sea sencillo y asequible a casi todos, ¿cómo interpretar los cuidados que necesita uno mismo, y los que puede ofrecer a otros?

Se trata, desde luego, de ámbitos muy diferentes: las plantas se conforman con poco, aunque hay que saber ofrecerlo bien. Los seres humanos necesitan un sinfín de atenciones que exigen competencias extraordinarias.

Al regar periódicamente plantas propias o ajenas, podemos aprender cómo la naturaleza tiene leyes y exigencias que, respetadas, ayudan a esas plantas en su salud y su vida.

De modo parecido, cada vez que nos interesamos por seres humanos concretos, con su salud, su historia, sus relaciones, podemos descubrir algunas de sus necesidades, para luego darles una mano, con palabras o con acciones concretas y oportunas, para un buen desarrollo de sus vidas.

Imagen de Ivan Horvat en Pixabay

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