Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Dentro y fuera de la Iglesia se habla del fin del mundo, de la gran corrupción de las buenas costumbres, los dramas terribles de las violencias internas, de las guerras exteriores que nos afectan, en cierta manera, y de las tragedias ecológicas que implican responsabilidades humanas y que nos dañan a todos.
La Conferencia del Episcopado Mexicano en su reciente Asamblea CXIII, nos ha ofrecido un mensaje en el cual señala su gran preocupación por los hechos dolorosos que golpean a nuestra querida Nación Mexicana: ‘la pobreza creciente, la destrucción del medio ambiente, la inseguridad y la violencia, el narcotráfico y la drogadicción, las extorsiones y los secuestros, los feminicidios y los miles de desaparecidos, los desplazamientos forzados de migrantes tratados como mercancía humana, la amenaza a la democracia y a la libertad religiosa, la polarización…’ (Prot. Nª 162/22).
Nos señalan esos dramas humanos dolorosos que dañan profundamente a las personas y a las familias, su paz y su economía dentro de nuestro ámbito nacional. Todos los males van en aumento, no aritmético, sino lamentablemente, geométrico.
Son magras las soluciones gubernamentales por su política insuficiente y la carencia de una enseñanza verdaderamente humana, del respeto y del amor entre todos, y de la carencia de una búsqueda objetiva de la justicia con un combate real a la impunidad y a la corrupción. He ahí el gran reto de construir entre todos una Patria para todos, la ‘terra patrum’, -la tierra de nuestros padres, según la definición de Cicerón.
Nos invitan a realizar foros de diálogo y entendimiento para superar toda dificultad y enfrentamiento.
Más allá del lenguaje apocalíptico utilizado por Jesús nuestro Señor en el Evangelio (Lc 21, 5-19), -es un género literario con imágenes impactantes, debemos acercarnos a sus contenidos; se cumple en un tiempo, pero queda abierto a otro tiempo; no al tiempo circular que cierra, sino al tiempo en espiral que abre a otras posibilidades de cumplimiento. Será el fin, pero no el final. No sabemos ni el día, ni la hora y ninguna profecía es de interpretación privada, como nos previene san Pedro.
Por supuesto, la historia está llena de dificultades y desafíos, como los tiempos que vivimos a nivel nacional e internacional, como la triste guerra que llena de dolor y de tristeza a los ucranianos y a los mismos rusos víctimas de ideas trasnochadas de un imperialismo vetusto.
No se puede ser ingenuo, porque habrá quien de buena o mala fe, nos pretenda engañar con visiones alarmistas o la presencia de falsos mesías y de profetas de las desgracias.
Hemos de asumir nuestras responsabilidades con el sano equilibrio entre ‘la encarnación y la trascendencia’; el ‘Día del Señor’, como intervención de Dios en la historia, ha de considerarse presente en nuestra vida y en los compromisos temporales. ‘Se equivocan los cristianos que pretextando que no tenemos aquí ciudad permanente, pues buscamos la futura, consideran que pueden descuidar las tareas temporales, sin darse cuenta de que la propia fe es motivo que les obliga al más perfecto cumplimiento de todas ellas’ (G et Sp 43).
El humanismo cristiano nos lleva a vivir la caridad, sin discriminaciones, que se garanticen sus derechos en su condición de personas humanas y esta caridad no nos exime de nuestras responsabilidades ciudadanas.
Construir una ciudad más humana, aguardando la llegada del ‘Día del Señor’, con una gran esperanza y gran alegría, más allá de toda prueba y tribulación que los seguidores de Jesús tendrán que sufrir. ‘Puede ser que mañana amanezca el último día; entonces y solo entonces dejaremos con gusto el trabajo por un futuro mejor’ (Bonhoeffer).
El Domingo, es el Día del Señor, es el Día de Yahvéh. El Señor viene en cada Eucaristía. Es recuerdo y esperanza (1 Cor 11,24). Proclamamos que el Señor vino, que viene y que habrá de venir en la majestad de su gloria.
Exige de nuestra parte paciencia y perseverancia, conservar la paz y la lucidez. Habrá cosas que serán destruidas, que no quede piedra sobre piedra.
Vivamos los tiempos de crisis arraigados en el Evangelio permanente de Jesús, lejos de actitudes negativas; ‘la fe que actúa en la caridad es el verdadero antídoto contra la mentalidad nihilista…’; ‘No temamos el futuro, aun cuando pueda parecernos oscuro, porque el Dios de Jesucristo, que asumió la historia para abrirla a su meta trascendente, es su alfa y su omega, su principio y su fin’, como nos enseña Benedicto XVI, -Obispo emérito de Roma.
Ante los dramas y las catástrofes, el Señor está con nosotros; ‘celebramos el memorial del Señor resucitado anhelando el domingo sin ocaso en el que la humanidad entera entrará en tu descanso’ (Prefacio X, Domingos del Tiempo Ordinario).