EL DISCERNIMIENTO / 3

En esta tercera entrega sobre el discernimiento, el Papa Francisco reflexiona acerca de uno de sus elementos constitutivos, que es la oración. La oración es indispensable para el discernimiento espiritual, porque nos permite entrar en intimidad con el Señor, ser sus amigos, y así poder reconocer lo que a Él le agrada

Redacción

Es muy importante el tema del discernimiento para saber qué sucede dentro de nosotros; sentimientos e ideas, debemos discernir de dónde vienen, dónde me llevan, a qué decisión. El primero de sus elementos constitutivos es la oración. Para discernir es necesario estar en un ambiente, en un estado de oración.

Familiaridad y confidencia con Dios

La oración es una ayuda indispensable para el discernimiento espiritual, sobre todo cuando involucra a los afectos, comienza diciendo Franciscos, “consintiendo dirigirnos a Dios con sencillez y familiaridad, como se habla a un amigo. Es saber ir más allá de los pensamientos, entrar en intimidad con el Señor, con una espontaneidad afectuosa. El secreto de la vida de los santos es la familiaridad y confidencia con Dios, que crece en ellos y hace cada vez más fácil reconocer lo que a Él le agrada. La oración verdadera es familiaridad y confidencia con Dios”.

La verdadera oración, resalta, “es esta espontaneidad y afecto con el Señor. Esta familiaridad vence el miedo o la duda de que su voluntad no sea por nuestro bien, una tentación que a veces atraviesa nuestros pensamientos y vuelve el corazón inquieto e inseguro o amargo, también”.

Los obstáculos

El discernimiento no pretende una certeza absoluta, porque se refiere a la vida, y la vida no siempre es lógica, dice el Papa, “presenta muchos aspectos que no se dejan encerrar en una sola categoría de pensamiento. Querríamos saber con precisión qué hay que hacer, pero, incluso cuando sucede, no siempre actuamos en consecuencia. Cuántas veces hemos vivido nosotros también la experiencia descrita por el apóstol Pablo, que dice así: «no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (Rm 7,19). No somos solo razón, no somos máquinas, no basta con recibir instrucciones para cumplirlas: al igual que las ayudas, los obstáculos para decidirse por el Señor son sobre todo afectivos, del corazón”.

El Papa Jesuita nos recuerda que “cuando encuentro al Señor en la oración, me pongo alegre. Cada uno de nosotros se vuelve alegre, una cosa hermosa. La tristeza, o el miedo, son sin embargo signos de lejanía con Dios: «Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos», dice Jesús al joven rico (Mt 19,17). Era un joven interesado, emprendedor, había tomado la iniciativa de ver a Jesús, pero estaba también muy dividido en los afectos, para él las riquezas eran demasiado importantes. Jesús no le obliga a decidirse, pero el texto señala que el joven se aleja de Jesús «triste» (v. 22). Quien se aleja del Señor nunca está contento, incluso teniendo a su disposición una gran abundancia de bienes y posibilidades”.

Disolver dudas y abrir el corazón

Discernir qué sucede dentro de nosotros no es fácil, señala Francisco, “porque las apariencias engañan, pero la familiaridad con Dios puede disolver suavemente dudas y temores, haciendo nuestra vida cada vez más receptiva a su «amable luz», según la bonita expresión de san John Henry Newman. Los santos brillan de luz refleja y muestran en los gestos sencillos de su jornada la presencia amorosa de Dios, que hace posible lo imposible”.

Y pone el ejemplo de dos esposos que han vivido juntos mucho tiempo queriéndose y terminan pareciéndose. “Algo similar se puede decir de la oración afectiva: de forma gradual pero eficaz nos hace cada vez más capaces de reconocer lo que cuenta por connaturalidad, como algo que brota de lo más profundo de nuestro ser”.

Estar en oración, insiste, “no significa decir palabras, palabras, no; estar en oración significa abrir el corazón a Jesús, acercarse a Jesús, dejar que Jesús entre en mi corazón y nos haga sentir su presencia. Y ahí podemos discernir cuándo es Jesús y cuándo somos nosotros con nuestros pensamientos, muchas veces lejos de eso que quiere Jesús”.

“Pidamos esta gracia: vivir una relación de amistad con el Señor, como un amigo habla al amigo (cf. S. Ignacio de Loyola, Ejercicios espirituales, 53).

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 13 de noviembre de 2022 No. 1427

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