De cara a los escándalos y al carrerismo eclesiástico, el pontífice insistió en su llamado a la conversión, a la penitencia y a la humildad, proponiendo la imagen de una Iglesia libre de los privilegios materiales y políticos, para estar verdaderamente abierta al mundo.
Por Andrea Tornielli / Vatican News
Desde 1417, la muerte de un (ex) Papa no significaba el final de un pontificado. La muerte de Benedicto XVI, Joseph Ratzinger, acaecida hoy 31 de diciembre, en el Vaticano, casi 10 años después de su renuncia, anunciada por sorpresa el 11 de febrero de 2013 con la lectura de una breve declaración en latín ante los atónitos cardenales. Nunca en dos milenios de historia de la Iglesia un Papa había dejado la Cátedra por sentirse físicamente impedido de soportar el peso del pontificado. Además, en una respuesta dada al periodista Peter Seewald en el libro-entrevista ‘La luz del mundo’, publicado tres años antes, había anticipado algo: “Cuando un Papa llega a la clara constatación de que ya no está en condiciones físicas, mentales y espirituales de llevar a cabo la tarea que se le ha confiado, entonces tiene el derecho y, en algunas circunstancias, incluso el deber de renunciar”. A pesar de que el epílogo de su pontificado fue anterior al final de su vida, constituyendo un precedente histórico de enorme trascendencia, sería mezquino recordar a Benedicto XVI solo por esto.
«Teenager» teológico en el Concilio
Nacido en 1927, hijo de un gendarme, en el seno de una familia sencilla y muy católica de Baviera, Joseph Ratzinger fue una figura destacada de la Iglesia del siglo pasado. Ordenado sacerdote junto con su hermano Georg en 1951, se doctoró en teología dos años más tarde y en 1957 obtuvo la licencia de profesor de teología dogmática. Enseñó en Freising, Bonn, Münster, Tubinga y, por último, Ratisbona. Con él desaparece el último de los Pontífices implicados personalmente en los trabajos del Concilio Vaticano II. Siendo un teólogo muy joven y ya muy considerado, Ratzinger había seguido de cerca el concilio como experto del cardenal Frings de Colonia, cercano al ala reformista. Él fue uno de los que criticaron duramente los planes preparatorios elaborados por la Curia Romana, que posteriormente fueron desechados por decisión de los obispos. Para el joven teólogo Ratzinger, los textos “deberían dar respuesta a las cuestiones más apremiantes y deberían hacerlo, en la medida de lo posible, no juzgando y condenando, sino utilizando un lenguaje maternal”. Ratzinger exalta la nueva reforma litúrgica y las razones de su providencial inevitabilidad. Según él, para redescubrir la verdadera naturaleza de la liturgia era necesario “romper el muro del latín”.
Custodio de la fe con Wojtyla
Pero el futuro Benedicto XVI también fue testigo directo de la crisis postconciliar, de la contestación en las universidades y facultades de teología. Es testigo del cuestionamiento de las verdades esenciales de la fe y de la experimentación salvaje en el ámbito litúrgico. Ya en 1966, un año después del final del Concilio, dijo que veía el avance de un «cristianismo a precios rebajados».
Pablo VI lo nombró en 1977 arzobispo de Munich con apenas 50 años de edad, y unas semanas más tarde le creó cardenal. En noviembre de 1981 Juan Pablo II le confió la dirección de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue el comienzo de una sólida colaboración entre el Papa polaco y el teólogo bávaro, destinada a disolverse solo con la muerte de Wojtyla, que hasta el final rechazó la dimisión de Ratzinger, no queriendo privarse de él. Fueron los años en los que el antiguo Santo Oficio puso los puntos sobre las íes en muchos asuntos: frenó la Teología de la Liberación que utiliza el análisis marxista, y se posicionó frente a la aparición de grandes problemas éticos. La obra más importante es, sin duda, el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, un trabajo que duró seis años y vio la luz en 1992.
«Humilde trabajador de la viña»
Tras la muerte de Wojtyla, el cónclave de 2005 llamó para sucederlo en menos de 24 horas a un hombre ya anciano -tenía 78 años-, universalmente estimado y respetado incluso por sus adversarios. Desde el balcón de la Basílica de San Pedro, Benedicto XVI se presenta como «un humilde trabajador en la viña del Señor». Ajeno a cualquier protagonismo, dice que no tiene «ningún programa», sino que quiere ponerse “a la escucha, con toda la Iglesia, de la Palabra y de la voluntad del Señor”.
Auschwitz y Ratisbona
Inicialmente reacio, no renuncia a los viajes: el suyo será un pontificado itinerante como el de su predecesor. Uno de los momentos más conmovedores fue la visita a Auschwitz en mayo de 2006, en la que el Papa alemán dijo: “En un lugar como éste, las palabras sobran, lo único que queda es un silencio estremecedor, un silencio que es un grito interior a Dios: ¿Por qué has podido tolerar todo esto?”. 2006 es también el año del caso Ratisbona, cuando una antigua frase sobre Mahoma, que el Pontífice cita sin hacerla suya en la universidad en la que fue profesor, es instrumentalizada y desencadena protestas en el mundo islámico. Desde entonces, el Papa multiplicará sus muestras de atención hacia los musulmanes. Benedicto XVI afronta viajes difíciles, se enfrenta a la secularización galopante de las sociedades descristianizadas y a las disensiones en el seno de la Iglesia. Celebra su cumpleaños en la Casa Blanca junto a George Bush Jr. y unos días después, el 20 de abril de 2008, reza en la Zona Cero abrazando a los familiares de las víctimas del 11 de septiembre.
La Encíclica sobre el Amor de Dios
Aunque como Prefecto del antiguo Santo Oficio fue tachado a menudo de «Cardenal Panzer», como Papa habla continuamente de la «alegría de ser cristiano», y dedica su primera encíclica al amor de Dios, «Deus caritas est». “No se comienza a ser cristiano -escribe- por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona”. También encuentra tiempo para escribir un libro sobre Jesús de Nazaret, una obra única que se publicará en tres tomos. Entre las decisiones que hay que recordar están el Motu proprio que liberaliza el misal romano preconciliar y la creación de un Ordinariato para permitir a las comunidades anglicanas volver a la comunión con Roma. En enero de 2009, el Papa decide revocar la excomunión de los cuatro obispos ordenados ilícitamente por monseñor Marcel Lefebvre, entre ellos también Richard Williamson, negacionista de las cámaras de gas. Estalla la polémica en el mundo judío, el Papa toma papel y lápiz y escribe a los obispos del mundo asumiendo toda la responsabilidad.
La respuesta a los escándalos
Los últimos años están marcados por la reaparición del escándalo de la pedofilia y de los Vatileaks, filtración de documentos extraídos del escritorio papal y publicados en un libro. Benedicto XVI se muestra decidido y duro a la hora de afrontar el problema de la «mugre» dentro de la Iglesia. Introduce normas muy estrictas contra los abusos a menores, y pide a la Curia y a los obispos que cambien de mentalidad. Llega a decir que la persecución más grave para la Iglesia no proviene de sus enemigos exteriores, sino del pecado dentro de ella. Otra reforma importante es la financiera: es el Papa Ratzinger quien introduce la normativa contra el lavado de dinero en el Vaticano.
“Iglesia libre de dinero y poder”
Frente a los escándalos y al arribismo eclesiástico, el anciano Papa alemán sigue haciendo llamamientos a la conversión, la penitencia y la humildad. Durante su último viaje a Alemania, en septiembre de 2011, invita a la Iglesia a ser menos mundana: “Los ejemplos históricos muestran que el testimonio misionero de la Iglesia desprendida del mundo resulta más claro. Liberada de fardos y privilegios materiales y políticos, la Iglesia puede dedicarse mejor y de manera verdaderamente cristiana al mundo entero; puede verdaderamente estar abierta al mundo…”.