Por P. Fernando Pascual
A nuestro corazón llegan ideas, sentimientos, deseos, que nos llevan hacia el egoísmo o hacia el amor, hacia la avaricia o hacia la generosidad, hacia el odio o hacia el perdón.
La fuerza del mal se aproxima a nosotros de muchas maneras, incluso puede asustarnos. Pero con un poco de atención, podemos disponernos para percibir una acción mucho más poderosa y benéfica, que viene directamente de Dios.
Disponerse a la acción de Dios implica, desde luego, un esfuerzo para acallar voces que distraen, ruidos que aturden, inquietudes que paralizan, ambiciones que encadenan.
Es entonces cuando empezamos a percibir los mensajes de Dios. Hoy será el recuerdo, que surge por sorpresa, de un pasaje del Evangelio que penetra, suavemente, hasta lo más íntimo del alma.
Mañana será una llamada telefónica de un familiar o un amigo que nos ofrece ideas y consejos que nos apartarán de un peligro y nos permitirán ver en qué manera ayudar a otros familiares más necesitados.
Pasado mañana será ese impulso interior que nos acercará, a veces después de mucho tiempo, a un confesionario para recibir el maravilloso regalo del perdón que viene del corazón de Dios Padre.
Son incontables las maneras con las que Dios nos habla, nos consuela, nos corrige, nos anima, nos invita a un camino de libertad auténtica, basada en recibir amor y en poder luego compartirlo.
Pero lo mucho que Dios hace por mí quedará perdido si no estoy bien dispuesto a la escucha, si prefiero el gozo inmediato al esfuerzo por tener unos momentos de oración, si me pierdo en los millones de páginas de Internet cuando podría hacer una hermosa y rica lectura espiritual.
Hoy puedo disponerme a recibir lo que Dios quiere hacer en mi vida. Entonces se hará posible el gran milagro que aparece en diversas páginas del Evangelio: la salvación habrá llegado, plenamente, a mi casa… (cf. Lc 19,9).
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