Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Ante el misterio divino que nos sobrepasa, nos queda el silencio adorante sumergidos en el Amor que se nos manifiesta en la sencillez, humildad, ternura y delicadeza de un Bebé recién nacido; su Madre María cerca de él, su padre hijo de David, José, depositario de las promesas mesiánicas, al lado, de pie protegiendo a la Madre y al Niño; cercanos un buey y una mula: ‘el buey conoce a su amo; el asno conoce el pesebre de su señor. Pero Israel no me conoce, no piensa en mí’ ( Is 1,3 ).

Este es el punto focal de la Navidad en Belén: un Niño, envuelto en pañales puesto en un pesebre, Dios en su condición humana de Bebé (cf Lc 2, 1-14).

Éste es el primer lugar de la tierra en donde se puede encontrar a Dios; no en las elucubraciones de los filósofos que lo enaltecen como Omnipotente, omnisciente, omnipresente, y otras linduras, que sí lo es; o lo abajan tanto a una pura abstracción o se creen tan omnipotentes en su pensamiento que simplemente lo niegan; o para salirse del escollo por la trampa kantiana negadora de la analogía del ser y de la posibilidad de la mente para pasar de lo sensible a lo inteligible, simplemente se conforman con un aséptico y respetuoso ‘ no se puede saber si  Dios existe o no existe’.

El misterio de la Navidad está en Belén y puede encontrarse en el propio corazón. El polaco teólogo, poete y médico Johanan Sheffler, conocido como Ángelus Silesius (1624-1677) nos lanza una advertencia cuestionadora y preocupante: ‘Aunque Cristo nazca mil veces en Belén, mientras no nazca en tu corazón estarás perdido para el más allá; habrás nacido en vano’.

Dios en Cristo, se ‘despojó de su rango y tomó la condición de Siervo…’ diríamos de Bebé, recordando al gran san Pablo (cf Fil 2, 6-7).

Buscamos descifrar los misterios que punzan nuestra existencia ¿Por qué tanto sufrimiento y por qué tenemos que sufrir? No nos da explicaciones sobre el sufrimiento; el se hace Hombre y sufre con nosotros y por nosotros.

¿Por qué hay tantas vejaciones y humillaciones? Él vive con nosotros, padece las vejaciones, humillaciones e incomprensiones, porque es el Salvador y nos libera de todo padecimiento desde nuestra propia carne en su propia carne.

Esta es la Luz de Belén: un Niño envuelto en pañales recostado en un pesebre; este Niño está en el altar, su primer altar es pesebre que preanuncia o profetiza simbólicamente, la Cruz del Gólgota.

Este Niño del pesebre, se nos presenta frágil, débil e indefenso como el Mesías Jesús del Viernes Santo.

Si nos queremos encontrar a este Niño de Belén, el Niño del pesebre envuelto en pañales, debemos tener corazón de pobre, despojarnos de todo egoísmo y de toda pretensión de superioridad. Hacernos también niños, para entrar al Reino de los Cielos, que es entrar en el misterio de la presencia divina, a través de la cercanía, ternura y sonrisa de este Niño.

Dios se hizo Bebé para que nosotros lo acojamos, lo comprendamos y lo amemos. No necesitamos teologías elevadas, ni posturas raras de misticismos cuestionables: solo acogerlo con todo el corazón y decir con santa Teresita ‘yo lo amo’ desde lo más profundo de nuestro ser.

Él es la Palabra que se ha hecho breve, como lo enseñan los Padres de la Iglesia: toda la Revelación está abreviada, se ha hecho pequeña en este Bebé, envuelto en pañales y recostado en un pesebre. Esto debe ser contemplado profunda y ampliamente para gustaar su verdad, su bondad, su belleza.

No es pues inaccesible esta Palabra -Bebé, para nuestro corazón.

El que está fuera del tiempo, ha asumido el tiempo, para estar siempre con nosotros, contigo, conmigo, con todos; así el Dios- verdaderamente Niño, nos acompaña, nos salva del pecado de nosotros mismos. Nos abre a la alteridad; contemplar a los demás; subvenir a sus necesidades. Ver el rostro de este Niño de Belén, envuelto en pañales y puesto en un pesebre, a todo rostro de niño abandonado, vejado, sufriente. Ese niño es Jesús que se ha hecho carne en él.

María Santísima nos ayuda a acogerlo, a amarlo, a ofrecerle nuestros dones, el principal, el don de nuestro propio corazón, que implica nuestra persona y nuestra vida, nuestro haber y poseer, con otros corazones.

 

Imagen de Jose Conejo Saenz en Pixabay


 

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