Por Rodrigo Guerra López

Trabajar y rezar por la paz en el mundo es parte del camino guadalupano

Hay un hombre que reza por la paz. Que se duele por el escenario de muerte y destrucción en Ucrania. Que llora en silencio al mirar que todos los esfuerzos realizados para el cese del fuego, y para que las partes retornen a una mesa de negociación, aún no han dado resultados. Ese hombre es el Papa Francisco.

El 8 de diciembre, a las 16 horas, Francisco visitó la imagen de la Virgen María Inmaculada en la Plaza España de la ciudad de Roma. Tras escuchar algunos cantos, el Pastor Universal de la Iglesia católica, deposita una ofrenda floral y hace una oración en voz alta. Pide por los niños, por los jóvenes, por los ancianos, por las familias. Al comenzar a referirse a Ucrania, se le quiebra la voz. El Papa llora. El momento nos deja paralizados a todos.

En una sociedad del espectáculo, el conflicto entre Rusia y Ucrania tiende a “normalizarse”, a volverse parte del “paisaje” ordinario. La guerra parece una noticia más. Pero el rostro del Papa muestra que para él las cosas no son así.

La guerra es una patología de un mundo enfermo que pospone, y a veces rechaza, la utilización de medios pacíficos para la resolución de conflictos. Las palabras del Pontífice al orar son inequívocas: Virgen Inmaculada, hoy me habría gustado traerte la acción de gracias del pueblo ucraniano, del pueblo ucraniano por la paz que llevamos tanto tiempo pidiendo al Señor. En cambio, aún tengo que traerte la súplica de los niños, de los ancianos, de los padres y madres, de los jóvenes de esa tierra martirizada, que sufre tanto. Pero, en realidad, todos sabemos que estás con ellos y con todos los que sufren, como tú estuviste junto a la cruz de tu Hijo.

El Papa hubiera querido acercarse a la Virgen a darle las gracias. El 25 de marzo, en un solemne acto en la Basílica de San Pedro, ha consagrado a Rusia y a Ucrania al corazón inmaculado de María. Y al hacerlo, ha utilizado las palabras que la Virgen de Guadalupe le dirige a san Juan Diego: “En esta hora oscura, ven a socorrernos y consolarnos. Repite a cada uno de nosotros: “¿Acaso no estoy yo aquí, que soy tu Madre?” (…) Ponemos nuestra confianza en ti.”

El continente americano parece estar lejos, muy lejos, del remoto escenario de guerra. Sin embargo, basta echar una mirada rápida para detectar que la inestabilidad, la fractura social y las múltiples violencias habitan desde Alaska hasta la Patagonia. Y nada parece funcionar.

Cuando la conciencia se esclarece y advertimos que “no podemos”, el camino que san Juan Diego emprendió en 1531, se nos repropone a todos. Es precisamente la conciencia de nuestra impotencia la que abre el espacio para el poder que viene de arriba. Por esto es providencial que los obispos mexicanos inviten a todo el mundo, a preparar el V Centenario del acontecimiento guadalupano y el II milenio de la Redención, a celebrarse en 2031 y 2033. En el momento presente es preciso redescubrir esta ardua pero profunda pedagogía: la restructuración del tejido social a través de la fraternidad sólo se logra desde la conversión del corazón. La paz entre las personas y entre los pueblos sólo vendrá con ayuda del cielo y una disponibilidad radical que haga posible lo que hoy parece imposible.

Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 18 de diciembre de 2022 No. 1432

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