Por Verónica Toller Serroels 

“No me estoy preparando para un fin, sino para un encuentro”, decía. Esperó hasta el último día del año, y se despidió casi como diciendo: “Cerramos una etapa; mañana, comenzamos desde cero, nueva vida, nuevo tiempo. Pero también, así como cada nuevo año está atado a todo lo anterior, así la vida nueva en Cristo en el cielo es continuidad de todo lo que supimos hacer, forjar, amar, trabajar, luchar aquí”.

Pero Benedicto XVI se queda con nosotros, en su legado de claridad y de valentía, en su amor de pastor, en su humildad que nos ilumina y marca camino, y en toda la extensa cantidad de enseñanzas que nos deja. Se queda como padre que ha sido para la Iglesia y líder para el mundo. Se queda en su sacrificio, en su bondad, en su lucha titánica contra la tiranía del relativismo, como él la llamaba; se queda en los aportes doctrinarios, en su rectitud, em el servicio que prestó al mundo como teólogo y filósofo (uno de los más grandes pensadores de la Iglesia Católica en la era moderna).

Este “humilde trabajador en la viña del Señor”, como se llamaba a sí mismo, presidió la Congregación para la Doctrina de la Fe siendo cardenal y fue garante de dicha doctrina, con definiciones y trabajos claros, profundos, rectos, valientes. Un sabio y un titán, como le llama mi hermano Fernando. Trabajó junto a san Juan Pablo II en gran parte de las encíclicas del papa polaco. Profundizó en la cristología y nos regaló su trilogía sobre «Jesús de Nazareth».

Benedicto XVI era amable. Era noble. Era prudente.

Joseph Ratzinger no buscaba reflectores. Profundizaba. Oraba. Callaba cuando no podía mejorar nada con palabras.

Pero cuando hablaba…, ¡atenti!, porque lo hacía alto y claro. Como cuando develó el ser equívoco y dañino de la ideología de género. Escribió en su libro “La sal de la tierra”:

“La ideología de género es la última rebelión de la creatura contra su condición de creatura. Con el ateísmo, el hombre moderno pretendió negar la existencia de una instancia exterior que le dice algo sobre la verdad de sí mismo, sobre lo bueno y sobre lo malo. Con el materialismo, el hombre moderno intentó negar sus propias exigencias y su propia libertad, que nacen de su condición espiritual. Ahora, con la ideología de género el hombre moderno pretende librarse incluso de las exigencias de su propio cuerpo: se considera un ser autónomo que se construye a sí mismo; una pura voluntad que se autocrea y se convierte en un dios para sí mismo”.

O cuando señaló el avance de las ideologías que están socavando nuestra sociedad, la familia, la política, al ser humano mismo. Siendo cardenal, al inicio del cónclave en que -sin saberlo en ese momento- terminaría siendo Papa, Benedicto habló. Fue allí que definió a la “dictadura del relativismo”, que postula un mundo donde todo es relativo y el hombre hace y deshace a su medida:

“Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es constantemente etiquetado como fundamentalismo -dijo-. Mientras el relativismo, es decir el dejarse llevar ‘de aquí hacia allá por cualquier viento de doctrina’ [Ef. 4, 14], aparece como la única aproximación a la altura de los tiempos actuales. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja como última medida solo el yo y sus deseos. Nosotros, en cambio, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. ‘Adulta’ no es la fe que sigue las olas de la moda y la última novedad; adulta y madura es la fe profundamente radicada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo aquello que es bueno y nos da el criterio para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre engaño y verdad”.

Tomó decisiones muy valientes que marcaron un antes y un después en muchas cosas.

  • Llamó a un reencuentro de fe y razón.
  • Como cardenal y como Papa, impulsó un fuerte retorno a la teología desde sus bases, sin concesiones a desviaciones
  • Decretó tolerancia cero ante los abusos y pederastia dentro de la Iglesia, impulsó cambios en el derecho canónico, expulsó de sus funciones a una larguísima lista de abusadores y decretó enviar a la justicia a los sacerdotes pedófilos.
  • Incómodo con la burocracia vaticana, abrió las puertas administrativas de la Santa Sede a nuevos aires más allá de Italia. Y se propuso limpiar corrupciones
  • En 2010, creó en el Vaticano la Autoridad de información financiera (AIF) y promulgó la “Ley sobre la prevención y lucha contra el blanqueo de ingresos procedentes de actividades criminales y de la financiación del terrorismo” dentro de la Iglesia, lo cual constituyó una acción valiente y transparente.

Quiso dialogar con todos, y fue para ello hasta el mundo musulmán y visitó Turquía; viajó a Irlanda a abrazar y pedir perdón a las víctimas de pedofilia dentro de la Iglesia; viajó a países víctimas del nazismo y expresó su enorme dolor por el holocausto; intentó que la Iglesia en China superara las diferencias entre “patrióticos” y clandestinos; invitó a los no creyentes al “atrio de los gentiles” y al encuentro de Asís para dialogar juntos. Llamó a los gobernantes y funcionarios -ante el Parlamento británico- a asumir la fundamentación ética de las decisiones políticas, y ante el Bundestag alemán convocó a que todos nos cuestionemos los fundamentos del Derecho, esforzándonos por reconocer lo que es justo, distinguir entre el bien y el mal, y diferenciar el derecho verdadero del derecho solo aparente.

Quería llegar a todos, en todo el mundo. Así que entró a las redes sociales a través de Twitter: en diciembre de 2012 abrió @pontifex en 8 idiomas (@pontifex_es). Y no solo comunicó a través de RRSS: en sus libros, documentos, mensajes, encíclicas, habló del amor, del sexo, de reducir a la persona a simple objeto de goce o de compraventa; abordó cuestiones como el terrorismo, la crisis económica, la globalización, la pobreza; atacó duramente la avaricia y corrupción del capitalismo, e hizo muchos llamados a la caridad y el amor.

Llamó a una nueva evangelización redescubriendo “la alegría de creer”, con dos ingredientes: el descubrimiento de nuevos caminos para llegar a todos, y el anclaje a la vez en los valores permanentes de la fe y del cristianismo. Y por eso m ismo, habló en contra d ellos fanatismos religiosos y de las desviaciones anti-religiosas.

A los 85 años, dio un paso al costado (con enorme humildad), diciendo: “mis fuerzas, por la edad avanzada, no son ya las adecuadas para ejercer del modo adecuado el ministerio petrino».

Y hoy, a los 95, acaba de dar un paso al frente. El paso más decisivo de todos, el paso hacia el abrazo completo del Padre en la eternidad. Gracias, gracias, gracias, querido Benedicto.

¡Hasta que nos podamos encontrar!

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