Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Toda persona humana y todo el fenómeno humano están inmersos en el espacio y en el tiempo. Son las coordenadas de su existir. Por eso se fechan y se ubican hechos, acontecimientos, culturas, revoluciones, filosofías y filósofos, teologías y teólogos, tecnologías y teocracias, políticos e ideologías, incluso la Biblia y la Tradición.

Nada ni nadie puede escapar a estos condicionamientos que hablan de la situación temporal del ser y de los seres en su concreción propia.

Al fin del año, -fin de un tiempo medible, se impone el silencio para meditar lo que ha acontecido en el mundo, en nuestro contexto y el hacer un examen de la propia actuación.

Cuáles han sido los avances o los retrocesos, los hechos felices y los dolorosos. Se impone el discernimiento; si se ven los horizontes obstaculizados, vale la pena volver a la verticalidad; atender a lo que señaló Benedicto XVI en el Colegio de los Bernardinos en el 2008, el presente de la fe puede garantizar el porvenir de la razón.

Muchos hechos son lamentables como la guerra de Ucrania, los hechos dolorosos de los crímenes y desaparecidos en México, la insensatez de ciertos diputados y senadores que en lugar de buscar el bien objetivo de todos los mexicanos, atienden fervorosos a la prédica de una ideología que pone en peligro la libertad y la democracia.

Jean Leclercq, citado por Fabrice Hadjadj, ‘Detrás de lo provisional (los monjes) buscaban lo definitivo’.

El principio de otro tiempo, de un nuevo año, no nos puede anclar a los desastres, a las desorientaciones ‘en el mare magnum de las opiniones ideológicas’ y de las destrucciones de instituciones, de la verdad y de la justicia cautivas, de la familia y de la unidad en nuestra condición de personas. Nada puede sofocar la luz; nada puede conmover la tierra porque estamos pendientes del Cielo.

La esperanza nos sostiene, como purificación de la memoria, con una confianza ilimitada en nuestro Padre Dios y de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo como Camino, Verdad y Vida, como Luz del mundo. En Él entendemos que el tiempo es un don de su benevolencia; es una gracia que hemos de aprovechar para ser testigos de la esperanza mediante el cultivo de la fe en la cultura y en la vivencia propia; ser testigos de la caridad y de la comunión entre personas a toda prueba. Más allá de las deconstrucciones ‘derriderianas’, vivimos este tiempo para edificar en la gran Tradición cristiana lejos de fosilizaciones anticristianas de conservadurismos estériles y farisaicos.

Más allá de las tecnologías que tienen por supuesto su lado positivo, no podemos ser víctimas de la computadora; necesitamos darle sentido humano y un carácter profundo de personas a nuestro comportamiento; corremos el peligro de deshumanizarnos, de perder el sentido ético, religioso o propiamente la orientación trascendente de nuestra condición de personas.

Hoy más que nunca, hemos de redescubrir el fin último de todos nuestros actos humanos.

La escatología nos ha de orientar: ‘Dios hará nuevas todas las cosas’; nosotros estamos de su lado, cooperamos con Él, porque nos ha invitado a cultivar la verdad, la bondad y la belleza entre nosotros para su gloria, muestro provecho y ennoblecimiento.

La solemnidad litúrgica en el primer Día del Año Nuevo es a Santa María Madre de Dios.

El principio de otro tiempo, transcurre bajo la especial protección de la Santísima Virgen María; Ella que es la Madre de la Paz y quien sostiene nuestra esperanza.

Con Ella valoramos la gracia del tiempo. En Ella y por su ´Sí ‘, ‘el tiempo ya es una dimensión de Dios’ como lo dijera san Juan Pablo II, en virtud de la Encarnación del Verbo. El Verbo encarnado le da valor y sentido al ‘tiempo’; Él da sentido a la Historia.

‘Dios envió a su Hijo, nacido de una Mujer’ (Gál 4, 4); por María Santísima, por su ‘hágase en mi según tu palabra’, la Palabra-Verbo de Dios entra en la Historia; asume la temporalidad, se hace contemporáneo a nosotros por la Liturgia.

El Hijo del Padre en la eternidad, es también Hijo de María en el tiempo.

En el Concilio de Éfeso en año 431 la Virgen fue proclamada ‘Theotócos’, literalmente ‘engendradora de Dios’, es decir, Madre de Dios.

Al finalizar este año, -fin de este tiempo, digamos humildemente a la Santa Madre de Dios, ‘ruega por nosotros pecadores’.

Que Ella, el principio de otro tiempo, nos alcance una fe como la suya humilde, sincera y valiente, para superar las situaciones límite; que aliente nuestra esperanza entusiasta por el Reino de su Hijo, para propiciar de muchos modos su presencia entre nosotros; Él que es el Príncipe de la Paz, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.

 

Imagen de Jacques GAIMARD en Pixabay


 

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