Por P. Fernando Pascual

Cuando una persona lanza una pregunta difícil a un político, o expone su situación dramática, ¿cómo reacciona ese político?

Por ejemplo, tras un acto del propio partido, se levanta una persona y explica sus problemas laborales, o con la casa, o con la subida de precios. Al final, lanza la pregunta: ¿qué va a hacer su partido ante esto?

El político escuchará con cierta atención. Tal vez descubrirá en la pregunta un serio problema que afecta a miles de personas.

Antes de responder, su mente tiene que “calcular” cuáles serían las mejores palabras a dirigir a esa persona, sobre todo si está presente algún periodista.

Sería triste que la reacción de ese político consistiera en organizar su respuesta solo para granjearse un aplauso, para mejorar su situación en las encuestas, o simplemente para salir al paso ante un tema espinoso.

Pero sería posible (¿un sueño?) que ese político llegue a escuchar a la persona con una atención empática, capaz de percibir el sufrimiento que se esconde detrás de esa pregunta.

En ese segundo caso, el político podría superar esa manía de buscar aplausos y de evitar críticas, para considerar en serio un problema sobre el que él, y otros políticos y autoridades, estarían llamados a ofrecer alguna solución.

El mundo está lleno de problemas que afectan a millones de personas: problemas de salud, de vivienda, de alimentación, de falta de dinero.

Ante tantos problemas, necesitamos encontrar políticos que salgan de burbujas y aislamientos nocivos, para así ser capaces de entrar en contacto con las situaciones concretas y reales de la gente.

Solo cuando haya políticos que escuchen, de verdad, preguntas y mensajes que reflejan el drama de millones de personas, será posible que empiecen a poner en marcha propuestas y resoluciones orientadas a promover la justicia y a ayudar a los más necesitados.


 

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