Desde la ciudad siria, golpeada en el corazón por violentos temblores que han causado miles de muertos y heridos, llega el dramático testimonio del obispo maronita de Alepo, que habla de edificios que se derrumban en segundos, de la ayuda ralentizada por las sanciones y de la cercanía de la Iglesia a la población herida.
Por Federico Piana – Vatican News
Condominios derrumbados con sus habitantes dentro, muertos por todas partes, unos dos mil edificios inseguros, ya nada en Alepo es seguro. Este es el dramático relato de monseñor Joseph Tobji, obispo maronita de la segunda ciudad más poblada de Siria después de la capital, Damasco, ahora reducida a un montón de escombros, derribada por potentes terremotos que también han llevado la muerte y la destrucción a otras partes de Siria hasta Turquía, y el prelado no oculta su desesperación: «Los edificios ya habían sido dañados por las bombas de la guerra, ahora el terremoto ha hecho el resto».
Iglesia en primera línea entre los escombros
Los que consiguieron ponerse a salvo luchan ahora por encontrar a quienes puedan ocuparse de ellos. La ayuda está ahí, pero son lentos, a menudo no es suficiente». Todas las iglesias han abierto centros de acogida e incluso en nuestra catedral están alojadas varias familias», dice el obispo, que en el episcope, su casa, da consuelo y comida a setenta personas. Pero su preocupación también es otra: «Ahora hay varias organizaciones que intentan aliviar nuestro sufrimiento, pero no sé qué pasará cuando la gente quiera volver a sus pisos destruidos: ¿dónde se alojarán? Realmente muchos duermen en la calle o en sus coches. Es el caos»
Las sanciones ponen en peligro la ayuda
Gracias también a países vecinos como Irak, Irán y los Emiratos Árabes, los equipos de rescate están interviniendo lentamente en las zonas más afectadas, pero, según monseñor Tobji, no será suficiente, porque «pesan sobre ellos las sanciones que ya han puesto de rodillas a toda la población». Aquí ya faltaba de todo antes del terremoto: desde gas hasta electricidad, limitada a dos horas al día». Una tragedia dentro de otra tragedia, si tenemos en cuenta que las temperaturas, en este periodo, descienden hasta los -4 grados y para las personas desplazadas en las calles, el riesgo de muerte por heladas aumenta exponencialmente. «Es así, falta hasta la comida, hasta la leche para los niños, porque todo está sancionado», concluye con amargura el obispo maronita de Alepo, la ciudad siria muerta dos veces: primero por la guerra y ahora por el terremoto.