Por P. Fernando Pascual
Llegan los primeros días tibios. Las flores abren su belleza al viento. Las abejas empiezan a trabajar con más fuerza.
Aunque puede parecer algo “ordinario”, no deja de sorprender la intensa actividad en las colmenas cuando llega la primavera.
Parece como si todo despertase con una fuerza inusitada. Junto a las piqueras de las colmenas (sus puertas de ingreso) el vuelo se transforma en una danza.
El aumento de las temperaturas, las lluvias que han esponjado la tierra, la fuerza pujante de las plantas y los árboles, desencadenan esa vida que las abejas han conservado durante el invierno.
Llega el momento de los vuelos de purificación de las más jóvenes. Las “veteranas” salen con ímpetu y buscan nuevas praderas. Los árboles atraen a cientos de abejas que recogen néctar y polen.
El despertar alegre y tumultuoso de las colmenas no pasa desapercibido ante quienes han observado las colmenas durante el invierno. La poca actividad de algunos días soleados de la estación fría se transforma en un frenesí de trabajo y de cosecha.
Dentro, la abeja reina aumenta con generosidad la puesta de huevos. Miles de larvas crecen, hasta llegar a ser crisálidas y luego adultas. La familia está en plena expansión.
La miel y el polen llegan con abundancia. La familia se expande por los diversos marcos, hasta ocuparlos todos. Si el apicultor puso uno o dos alzas para miel, las abejas los llenan con rapidez.
Es todo una fiesta de vida, de trabajo colectivo, de expansión casi incontenible. Si el clima lo permite, pronto empezarán a surgir nuevas reinas que permitirán duplicarse a las colmenas.
El espectáculo de las abejas en primavera llena de esperanza a los apicultores y a cuantos saben sintonizar con los ritmos de la vida. Porque cada primavera muestra bellezas inagotables de nuestro mundo.
Ese mundo es el que hemos recibido directamente de las “manos” ingeniosas de un Dios que ama cada detalle, que nos regala miles de flores que nutren a las colmenas y que luego se convierten en esa miel que es uno de los mejores dones ofrecidos por el Padre de los cielos.
Imagen de Hermann Kollinger en Pixabay