Por Jaime Septién
Consulto el diccionario. Acedia proviene del latín acidia, versión latinizada de la palabra griega akidia que significa literalmente estado inerte, descuidado. Está ligada a la melancolía. Entre los monjes medievales era sinónimo de tristeza paralizante del trabajo productivo, pero sobre todo del amor a Dios, a los otros y a sí mismo.
Yo veo mucho de este mal entre los componentes masculinos de mi generación. Y más entre aquellos que siguen, entre los adolescentes y jóvenes adultos de hoy. No hablo de “brecha generacional” ni acudo al manido pretexto que “todo tiempo pasado fue mejor”. Lo que me alarma es la ausencia de ambición cultural y espiritual La instrucción religiosa, por ejemplo, está en los suelos o bajo tierra. La gente va a misa y sale como entró. Nietzsche criticaba con justa razón a “los redimidos”, pues cuando terminaba la Eucaristía, con Jesús adentro su cuerpo, en lugar de un silencio reverencial, parloteaban sobre el estado del tiempo, sobre pasteles y chismes.
De la carencia de lectura, mejor ni hablar. El otro día escuché a un par de alumnos de prepa preguntarse si Pedro Páramo lo había escrito Juan Rulfo o si Juan Rulfo era el libro y su autor Pedro Páramo… Tanta “información”, tanto tiempo de pantalla han hecho que el símbolo de nuestros días sea la frase (horrible y desdichada): “me da lo mismo”. La acedia en tiempos de la post verdad.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 26 de febrero de 2023 No. 1442