Por P. Fernando Pascual
Pueden surgir muchas reflexiones cuando vemos juntas las palabras “ciencia” y “poder”, y resulta difícil enumerarlas de un modo más o menos completo.
Entre esas reflexiones, hay una que se ha hecho presente en diversos momentos de la historia: ¿qué poder adquieren quienes llegan a un conocimiento científico?
La pregunta puede ser respondida en varias direcciones. Nos fijamos en dos. La primera se refiere al deseo de los científicos de gozar de una amplia autonomía respecto de las autoridades. La segunda alude al hecho de que el mismo conocimiento científico se convierte en trampolín para un mayor poder.
El deseo de autonomía de los científicos surge ante formas de organización social y política que aplican sistemas de control y limitaciones más o menos precisas por parte de las autoridades sobre las investigaciones que deseen poner en marcha los científicos.
El deseo de autonomía de los investigadores, si está acompañado de una buena ética, no implica la exigencia de poder hacer todo tipo de experimentos, por ejemplo aquellos que resultan claramente contrarios al respeto a normas básicas de justicia.
Pero no podemos cerrar los ojos al riesgo, por desgracia concretizado en diversos momentos de la historia, de que algunos científicos realicen experimentos claramente inmorales, como los que se llevaron a cabo sobre niños o sobre prisioneros en algunos lugares del planeta.
Por lo que se refiere al “poder” que los científicos llegan a alcanzar a través de algunos de sus descubrimientos, basta con imaginar lo que puede hacerse con una nueva sustancia química, con una técnica capaz de modificar el ADN de plantas y animales, o con los continuos desarrollos en el conocimiento sobre los usos de la energía atómica.
Estos dos aspectos sobre las relaciones entre la ciencia y el poder (incluyendo la política) muestran la necesidad, tan sentida en las últimas décadas, de una mayor atención hacia aquellos modos correctos que permitan una buena intervención de las autoridades en el mundo de la investigación, y de la formación en principios éticos de quienes investigan en tantos ámbitos del saber.
Solo a través de una seria reflexión sobre estos puntos será posible establecer buenos puentes entre la ciencia y el poder, sobre todo para que la investigación científica se desarrolle éticamente, y para que sus descubrimientos ayuden a mejorar un poco la vida de los seres humanos y de otros seres vivos que conviven con nosotros en el planeta.
Imagen de Gerd Altmann en Pixabay