Por P. Fernando Pascual
La humanidad ha buscado y sigue buscando cómo conocer y controlar el futuro. En el pasado, se recurría a adivinos, oráculos, y otras personas consideradas como hábiles para predecir hechos y proponer acciones para “controlarlos”.
En el presente, se hacen planes y proyectos, se organizan reuniones de científicos y expertos de diversas disciplinas, para tener datos más o menos claros que indiquen hacia dónde va el planeta y cómo conseguir un futuro aceptable.
Además, el uso de grandes computadoras, de redes como Internet, incluso de programas y aparatos conocidos como “inteligencia artificial”, hace que se difunda la idea de que un día todo podrá estar previsto y controlado.
La realidad, sin embargo, desmiente una y otra vez a quienes, con seguridad sorprendente, afirman conocer el futuro y estar en condiciones de controlarlo.
Bastaría con imaginar, de modo semejante a lo narrado en novelas o películas, qué ocurriría si una computadora o robot consiguieran tener en sus manos todos los datos del universo, de las neuronas, de los sentimientos, para luego decidir cada paso según proyectos muy bien definidos.
Imaginar lo anterior es imaginar algo imposible, porque por más potentes que sean los programas informáticos y los procesadores, nunca serán capaces de reunir y gestionar todo lo que ocurre en el universo.
Sobre todo, nunca podrán tener un cuadro completo sobre esa complejidad de hechos que ocurren en cada ser humano, con sus ideas, cambios de humor, reacciones, y, sobre todo, con su libertad abierta a un sinfín de opciones.
Es cierto que muchas de las decisiones que tomamos pueden ser más o menos previsibles, y en ese sentido no hace falta una computadora para saber que esta persona tomará hoy el ascensor para subir a su piso en vez de optar por las escaleras.
Pero también es cierto que esa misma persona puede recibir informaciones y “procesarlas” de maneras muy variadas, hasta el punto de que no solo hoy renuncie a usar el ascensor, sino que puede tomar la decisión de abandonar la ciudad para vivir con unos parientes en el campo.
El sueño, del pasado y del presente, que aspira a conocer y controlar el futuro es vano, y se estrellará una y otra vez con hechos imprevisibles en el mundo natural y de las complejas sociedades humanas.
Sobre todo, ese sueño nunca podrá comprender el misterio insondable de la libertad humana, que permite a una persona que haya vivido durante años como egoísta, dar hoy un paso de gigante para salir de sí mismo y abrirse al amor y al servicio de los demás…