Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Reflexión homilética del 12 de marzo de 2023
El título corresponde al grito del pueblo de Israel cuando moría de sed en el desierto y clamó a Moisés: «¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?»
Éxodo
En el desierto el pueblo de Israel pasó muchas incomodidades. Una de las peores fue, sin duda, la sed en aquel desierto abrasador.
Moisés tuvo que conseguir de Dios el agua.
El Señor le dijo: «Lleva en tu mano el cayado con que golpeaste el río y vete, que allí estaré yo ante ti sobre la peña, en Horeb. Golpearás la peña y saldrá de ella agua para que beba el pueblo». Y de la roca brotó agua abundante.
Salmo 94
En el ambiente desértico que acabamos de ver, el salmista nos invita hoy a la penitencia y arrepentimiento: «No endurezcáis el corazón como en Meribá, como el día de Masá en el desierto, cuando vuestros padres me pusieron a prueba y me tentaron, aunque habían visto mis obras».
San Pablo
El apóstol nos habla hoy de una manera concreta y profunda de las tres virtudes teologales. Meditemos.
Por medio de nuestro Señor Jesucristo hemos obtenido la fe: «Por Él hemos obtenido, con la fe, el acceso a esta gracia en que estamos y nos gloriamos, apoyados en la esperanza de alcanzar la gloria de Dios. Y la esperanza no defrauda porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado».
Versículo de aclamación
Nos invita a hacer un acto de fe en Jesús, en este precioso domingo: «Señor, tú eres de verdad el Salvador del mundo. Dame agua viva. Así no tendré más sed».
Evangelio
San Juan nos lleva al pozo de Jacob que está cerca del pueblito de Sicar.
Jesús dice a la samaritana: «Dame de beber».
Es el Creador de todos los manantiales el que pide agua a una mujer sencilla que va con su cántaro por el agua de la semana.
Empezar la conversación pidiendo, crea fácilmente un clima de cercanía. Que nos pidan nos toca el corazón. La mujer se extraña.
Jesús le abre el horizonte: «Si conocieras el don de Dios y quien es el que te pide de beber, tú me pedirías a mí».
Amigo, ¿tienes sed de felicidad, pero de una que no acabe nunca? La samaritana sí.
Muy extrañada le dice a Jesús: no tienes ni cubo ni soga.
Jesús le dice: «El que bebe de esta agua vuelve a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed: el agua que yo le daré se convertirá, dentro de él, en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna».
La samaritana: «Señor, dame esa agua; así no tendré más sed ni tendré que venir aquí a sacarla».
El mismo Dios desde el interior de la mujer hace que la samaritana tenga sed de esa agua viva, como insinúa san Agustín.
Jesús, buscando la conversión total de la samaritana, le advierte que el Mesías que ella espera lo tiene delante: «Soy yo, el que habla contigo».
Llegan los discípulos y la mujer se escabulle y corre como misionera al pueblo, olvidando el agua que tenía en su cántaro.
Esta conversación quitó el apetito a Jesús, pero los discípulos no entendieron hasta que vieron que los hombres de Sicar llegaban para pedirle que se hospedara en su pueblo.
El resultado de este magnífico diálogo de Jesús con la samaritana lo encontramos en las palabras que los hombres del pueblo le dijeron a ella: «Ya no creemos por lo que tú dices. Nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que Él es de verdad el Salvador del mundo».