Por Jaime Septién
Le preguntaron al abad Agatón, uno de los Padres del Desierto, cuál era la peor cosa que le podía pasar a un monje. El abad respondió sin dudarlo: “No hay peor cosa que arroje a Dios del alma que el exceso de las palabras”. Insistieron: ¿cómo sabe que no hay peor cosa? Y dijo él que ese exceso era semejante a un viento abrasador que, cuando se levanta, hace huir a todo el mundo y echa a perder el fruto de los árboles.
Una hermosa reflexión que nos haría bien escuchar –y practicar—en estos tiempos donde la palabrería, el chismorreo, el vocerío y la falsedad corren de la mano hasta aturdir el espíritu.
San José, el carpintero universal, no tiene una sola palabra dicha en los evangelios. Ni una sola frase registrada del padre putativo de Jesús. Sin embargo, su presencia es colosal. No solo en la vida de nuestro salvador, sino en la Iglesia universal. Este es otro de los grandes misterios del cristianismo: ¿cómo un hombre que no habla puede coleccionar tantos títulos como los de san José? Muestra que la palabra mueve, pero el testimonio arrastra.
El silencio de José, el silencio de los desiertos, de las grandes extensiones del alma humana y de la creación, nutre la presencia de Dios. El oído está dispuesto. Pero ahora todo invita a decir yo. A exponerlo. A gritarlo. El padre Pablo d’Ors en su Biografía del silencio tiene la clave: “La vida como culto, cultura y cultivo”. La vida de San José.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 19 de marzo de 2023 No. 1445