Por Mario De Gasperín Gasperín, obispo emérito de Querétaro
El 13 de marzo se cumplen diez años de la elección del primer papa de origen latinoamericano, el Papa Francisco. La posibilidad de una elección así iba en aumento después de las reformas conciliares. Pero la imagen pública que se sostenía de la Iglesia en la ciudad Eterna era todavía eminentemente europea.
Los dos Romanos Pontífices anteriores al papa Francisco, san Juan Pablo II y Benedicto XVI, respondieron todavía a las exigencias que la doctrina y reformas conciliares necesitaban con urgencia para su esclarecimiento y andadura universales. Ambos pontífices dieron, pues, a la doctrina conciliar, la claridad y solidez universales que necesitan para eliminar cualquier interpretación reductiva, ideologizada o sectorial que pudiera venir a la mente de cualquier iluminado.
¿Y América Latina? La presencia conciliar del episcopado latinoamericano, desde México hasta Chile y Argentina, fue nutrida, como correspondía a un continente penetrado por la presencia católica, pero que no había tenido la oportunidad de hacer sentir su originalidad y ponerla a disposición de la iglesia universal. Los países latinoamericanos fueron engendrados a la fe en Cristo en circunstancias de liberación y esclavitud, entre los gozos del Evangelio y los dolores de su gestación y venida a la luz.
En el contexto del Vaticano II, América latina se encontraba en una situación de debilidad, no porque así lo quisiera, sino por ser objeto de presa y explotación de parte de los beligerantes, todavía entonces en “Guerra Fría”. Las dos partes en pugna, el capitalismo voraz y el comunismo opresor, luchaban a muerte por arrebatar los despojos de un Continente empobrecido, ideologizado, manipulado y vendido al mejor postor. Mientras Europa y los Estados Unidos desarrollaban sus economías, los latinoamericanos, proveedores de materias primas mal pagadas, luchaban por sobrevivir y conservar la dignidad de los seres humanos. Los obispos latinoamericanos, llevando sobre sus espaldas y en su corazón el sufrimiento de sus pueblos, tomaron nota en el Concilio y, ya de regreso a sus diócesis y países, se pusieron a “bajar” el Concilio a la realidad latinoamericana. Hicieron obras de fina artesanía eclesial.
La Asamblea del CELAM, celebrada en Medellín, con la visita de Pablo VI, dio una fuerte sacudida y provocó un movido “aterrizaje” a la doctrina conciliar, que cimbró al continente entero. Dijo el Papa que, “con esta primera visita a sus hermanos de América Latina… se inaugura un nuevo período de la vida eclesiástica. Estamos en un nuevo período de reflexión total”. La asamblea episcopal de Medellín abordó el tema de “La Iglesia en la Actual Transformación de América Latina a la luz del Concilio”, y aclaró en su Mensaje: “Nuestro compromiso más urgente es purificarnos en el Espíritu del Evangelio todos los miembros e instituciones de la Iglesia Católica”, y su temática versó sobre la justicia, la paz, la familia, la pastoral popular, la educación, la pobreza, la pastoral de conjunto y los medios de comunicación. Todos los verbos y enunciados son activos y buscan acelerar los procesos de conversión.
Después, la Asamblea de Puebla nos recordará que “el mejor servicio al hermano pobre es la evangelización que lo dispone a realizarse como hijo de Dios, libera de las injusticias y lo promueve integralmente”. Nada de demagogia, cristología pura. Y precisó que “la pastoral planificada”, –ahora diríamos la “sinodalidad eclesial”– es la respuesta, específica, consciente e intencional, a las necesidades de la evangelización”. Las asambleas de Santo Domingo y de Aparecida reforzarán este potencial evangelizador del Concilio pasando por la experiencia pastoral de América Latina. De esta fuente bebió y se nutrió, acrecentando, el ahora Papa Francisco. De modo que el Concilio Vaticano II, tema obligado del magisterio papal, ahora se difunde al mundo entero mediante la experiencia y sabiduría marcada por la vivencia de fe de la iglesia en América Latina. Los pobres nos evangelizan.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 12 de marzo de 2023 No. 1444