Por P. Fernando Pascual
Uno de los retos mayores en cualquier conversación entre dos o más personas consiste en entender de la mejor manera posible lo que dice el otro.
Se trata de un reto porque continuamente surgen pensamientos e ideas con las que creemos interpretar lo dicho por el otro, cuando en realidad todavía no lo hemos escuchado con la suficiente atención.
Cuando constatamos lo difícil que es haber comprendido al otro, estamos en una buena disposición para promover acciones concretas para asegurar una mejor escucha.
Un ejemplo de esa disposición aparece en un famoso diálogo de Platón titulado Fedón. En ese diálogo (y ocurre en otros textos platónicos), Sócrates escucha las objeciones de dos personajes, Simias y Cebes, y antes de responder resume lo que defiende cada uno.
A través de ese resumen en voz alta, Sócrates puede luego preguntarles si realmente ha expuesto lo que ellos piensan. Solo cuando tanto Simias como Cebes responden que el resumen es correcto, Sócrates empieza a buscar una respuesta satisfactoria a sus objeciones.
Lo que aparece en el Fedón habría que aplicarlo a entrevistas, debates en el parlamento, discusiones públicas o privadas, o incluso a las conversaciones en familia.
Muchos malentendidos empiezan porque, de verdad, no hemos comprendido lo que el otro quiere decir. De esos malentendidos surgen debates y reproches casi surrealistas, cuando el diálogo podría fluir con más calma si se evitasen este tipo de incomprensiones.
Por eso, para llegar a entender lo que dice el otro, a veces vale la pena detener el ritmo de una conversación con una simple repetición-resumen de lo que creemos haber comprendido, para luego dejar tiempo al otro para precisar sus ideas o para confirmar si lo hemos entendido bien.
Luego, con la seguridad que da el ver que estamos de acuerdo sobre lo que dice cada uno, será mucho más fácil seguir el diálogo, con ese objetivo que hace hermosa cualquier conversación humana: avanzar juntos hacia un mejor conocimiento de la verdad.