Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

Este es el drama divino y humano que acontece en la vida de Dios y en la vida de todo ser humano. Dios, hablando en términos antropomórficos autorizados por el lenguaje analógico, tiene sed eterna de su criatura predilecta, la persona humana; no a causa de una necesidad de su ser pleno en sí mismo, -imposible, sino por la sobreabundancia de su amor que nos ha sido revelado. La persona humana tiene en sus entrañas esa sed de infinito que nada ni nadie creatural puede saciar. Este es drama de la sed de Dios y la sed del ser humano.

En este pasaje del encuentro de Jesús en el pozo de Jacob en Sicar con la Samaritana (Jn 4, 5-42), nos muestra este proceso paulatino del acercamiento interior de la sed de Jesús, una sed real debido a su cansancio natural, pero que es ocasión para hablar de la sed del amor de Dios que puede colmar la sed del corazón de la Samaritana y de todo buscador de la felicidad.

Jesús le señala a la Samaritana que tiene vació el corazón, porque sus amores han sido fugaces; no ha conocido el amor de Dios; a ella que le preocupa cuál es el verdadero lugar para adorar a Dios, cuando a Dios en Jesús le preocupa la adoración en espíritu y en verdad, que es experimentar su amor en ese encuentro de corazones, en la experiencia viva del Amor divino y el amor humano.

El agua que sacia la sed interior es manantial que salta hasta la vida eterna; es el manantial que quiere poner Jesús en nuestro interior.

No es posible ceñirse hoy ante la ley sola o la ética exigente, sin una motivación que vaya a lo profundo del corazón. Hemos de estar cercanos a escuchar y hacernos cercanos ante quienes experimentan la vaciedad de su alma.

Dios es un Dios escondido que se revela a los pequeños y sencillos de corazón.

Dios indefinible nos habla siempre al corazón.

Nadie queda fuera de su amor y de su ternura.

Una de las grandes tragedias del cristianismo consiste en carecer de experiencia de Dios; el carecer de saborear internamente el Evangelio de Jesús y a Jesús mismo.

Le hemos dado más importancia ‘al esfuerzo del concepto’ que a la adhesión personal y consciente a Jesús. Es prioritario la comunicación con Jesús; comunicación interpersonal de corazón a Corazón, con toda humildad y sencillez.

En apertura al Espíritu Santo se puede experimentar la presencia callada y a veces que se manifiesta indudablemente con un sesgo de paz interior. No es fruto de esfuerzo, sino de disposición interior.

San Agustín lo explica maravillosamente: “Si conocieras el don de Dios” (Jn 4,10). La maravilla de la oración se revela precisamente allí, junto al pozo donde vamos a buscar agua: allí Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed, su petición llega desde las profundidades de Dios que nos desea. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de Él (San Agustín, quaest. 64, 4)(Citado por el CIC nº 2560).

 

Imagen de Manuel Darío Fuentes Hernández en Pixabay


 

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