Por José Ignacio Alemany Grau, obispo
Hoy en el primer día de Triduo Pascual tenemos tres momentos especiales:
La misa crismal
Cada Jueves Santo, en la mañana, los obispos del mundo entero celebran con sus sacerdotes la misa crismal. A veces por eficacia pastoral se cambia la misa crismal a otro día.
En ella el obispo consagra los óleos que durante todo el año los sacerdotes utilizarán como un signo de unidad con su obispo:
+ El óleo de los enfermos para atender a estos y darles la unción sacramental.
+ El óleo de los catecúmenos para ungir antes del bautismo a los que van a recibir este sacramento.
+ El crisma que es un aceite especial mezclado con colonia y que sirve para la consagración de sacerdotes y obispos. También se unge con el crisma a los recién bautizados.
En este día los sacerdotes renuevan las promesas sacerdotales ante su obispo.
La santa «Misa vespertina de la cena del Señor»
Para este momento le pedimos al evangelista San Juan que nos acompañe y explique sus profundos sentimientos:
No sabíamos dónde iba a ser la reunión para la cena pascual. El Maestro actuaba con misterio. Fueron dos a preparar. Celebramos todo en el cenáculo de la casa de un amigo. Tampoco sabíamos por qué adelantó la pascua y no la celebramos el viernes sino el jueves.
Nos reunimos en el cenáculo. Era un salón grande. Estábamos los doce, también algunas mujeres, entre ellas la Madre del Señor.
Empezó la cena. Había tensión. Jesús nos decía que tenía un gran deseo de celebrar la pascua con nosotros. Hubo momentos difíciles, sobre todo porque nos dijo que uno de nosotros lo iba a entregar.
Todos preguntamos. Él dijo claramente a Judas que era él. Este salió pronto, sin cenar.
También Pedro lo pasó mal, porque cuando Jesús dijo que todos nos íbamos a escandalizar dejándolo solo, Pedro afirmó y repitió que él daría su vida por Jesús.
Al fin nos serenamos todos. Hubo paz. Jesús aprovechó para darnos un trozo de pan especial a cada uno, diciendo:
«Esto es mi cuerpo…».
Luego tomó la cuarta copa y nos la fue dando mientras decía:
«Esta es mi sangre de la nueva y eterna alianza».
Yo no sé lo que pasó. Aquel vino de siempre me pareció muy especial y me hizo entrar dentro de mí. Sentí como si en aquel momento Jesús me amara desde dentro, de una manera única.
Según bebíamos quedábamos todos en silencio. Al final Jesús nos sacó de dentro al decirnos:
«Les doy un mandamiento nuevo: que se amen unos a otros como yo los he amado».
A continuación, Jesús hizo una preciosa oración al Padre como preparándose a la pasión que se acercaba.
Getsemaní
En realidad, teníamos la costumbre de ir al Huerto de Getsemaní para hacer oración en la noche.
Íbamos en silencio como midiendo los pasos a la luz de la luna.
Algo muy pesado había caído sobre cada uno de nosotros.
Jesús dejó en la entrada del huerto a ocho discípulos y entró con Pedro, Santiago y conmigo un poco más adentro, entre los olivos del huerto. Y él se adelantó un tanto y se tiró al suelo sobre una roca.
Se le notaba la angustia que soportaba y que, como vimos después, le hizo sudar sangre.
Nosotros tres nos dormimos pronto porque estábamos cansados y agobiados por los distintos sentimientos del día.
Yo entre sueños le oía decir al Señor:
«Padre, si quieres aparta de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad sino la tuya».
Entre sueños le oía repetir:
«Que se haga tu voluntad».
Vino a nosotros y con dulzura nos corrigió:
«¿Por qué dormís? Levantaos y orad para no caer en la tentación».
Todavía estaba hablando cuando apareció Judas con una turba armada con espadas y palos.
Hubo un diálogo duro y, al mismo tiempo, cariñoso por parte de Jesús:
«Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?».
Apresaron al Señor y todos los discípulos huyeron. A una distancia regular lo seguimos Pedro y yo hasta la casa de Caifás.