Nos hemos convertido en espectadores ante los males que aquejan a la sociedad.
Por Mónica Muñoz
Los acontecimientos que suceden en la vida diaria nos van marcando para bien o para mal, todo dependerá de las consecuencias. Por ejemplo, si una persona ayuda a otra, indudablemente para ambas cambiará la vida: para la que ayuda representará una oportunidad para compartir lo que tiene y adquirirá crecimiento y aprendizaje espiritual; para la que recibió el auxilio, será la solución a sus necesidades, aunque sea de manera momentánea, pero al final de cuentas, será un alivio para su angustia y un impulso para continuar con la lucha diaria.
Cuando trabajamos por el bien de la comunidad, salimos beneficiados todos, y de la misma manera, el hecho de que no se respeten los valores que deberían inculcarse en la familia, trae nefastas consecuencias para todos.
Viene a colación lo ocurrido hace unos días con dos jovencitas del Estado de México: tuvieron una pelea, y a consecuencia de los golpes recibidos, una de ellas perdió la vida. Los sitios noticiosos daban cuenta de los hechos, agregando que las autoridades fueron por la responsable a su casa para ser procesada. Es penosísimo constatar que los adolescentes, niños y jóvenes cada vez más se están convirtiendo en seres violentos, que no respetan a los demás, sintiendo que con toda tranquilidad pueden desquitar sus frustraciones sobre otras personas, usando la fuerza bruta.
Pero lo que resulta más alarmante es que sean los propios padres y madres quienes, en lugar de corregirlos y hacerlos reflexionar acerca del mal que los está arrastrando y las consecuencias que atraerá a sus vidas, los solapen y permitan que continúen cometiendo errores, que, dicho sea de paso, no es más que el reflejo de lo que ellos mismos hacen con sus vidas.
Las cifras no mienten
Y las cifras no me dejarán mentir. El acoso escolar o bullying ha aumentado en los últimos tiempos. De acuerdo con la Comisión Nacional para Prevenir la Discriminación (CONAPRED) “el bullying afecta a siete de cada 10 niños en México de acuerdo con un estudio sobre violencia de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) de 2007”. La misma página de CONAPRED recoge la opinión de la directora general de la Fundación en Movimiento, A. C., Trixia Valle Herrera, quien comenta que “debido a la incidencia de bullying en las escuelas, el bienestar integral de los alumnos se ve comprometido y, en algunos casos, esto ha derivado en una corrupción temprana del individuo. Este crecimiento se debe principalmente a tres factores: Ambientales, que influyen en la persona y entre los cuales se encuentran tres elementos principales: miedo generalizado, erotización a edad temprana y estimulación a la violencia, así como insensibilidad al dolor ajeno”.
Agrega que, se une a estos factores la ausencia de disciplina y respeto a los docentes, quienes eran parte dinámica junto con los padres de familia en la impartición educativa de los alumnos. Ahora, menciona Valle Herrera, que “algunos padres posmodernos han radicalizado la formación de sus hijos, llevándola al extremo de la sobreprotección, por lo que faltas graves pasan desapercibidas y el infante ha aprendido a ‘salirse con la suya’ ”.
El derecho a la inocencia
En su opinión, “Una buena educación por parte de los padres consiste en guiar y corregir las malas conductas de los hijos para formar y apoyar el modelo educativo del país, cuya misión es crear buenos ciudadanos. La responsabilidad de todo padre de familia no sólo reside en satisfacer las necesidades económicas, sino en dejar un legado de valores al mundo.”
He querido compartir las palabras de otra persona porque, en resumen, la sociedad entera se da cuenta de que la falta de valores es responsable de los males que nos aquejan, sin embargo, tal parece que solo nos hemos convertido en espectadores, esperando que alguien más venga a solucionar la situación que nos ha rebasado a todos.
No esperemos que la violencia siga creciendo. Retomo las sabias palabras de Trixia Valle, que destaca el mal de esta generación que crece rodeada de perversiones: “debemos comprometernos por y para la niñez, y velar por el primer derecho fundamental del crecimiento: el derecho a la inocencia”.
Publicado en la edición semanal impresa de El Observador del 2 de abril de 2023 No. 1447