Por P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

La celebración de la Pascua de Israel (Ex 12, 1-8.11-14), es fiesta de la liberación de la esclavitud de Egipto, fiesta de conmemoración y de acción de gracias.

El centro de la celebración era el cordero, símbolo de libertad. El recuerdo narrativo de este hecho, – el haggadáh pascual, en el cual se ‘rememora’ a Dios mismo cómo Autor de su liberación. Por eso Israel no podía, no debía olvidarse de Dios ni de este hecho.

En esta celebración se dan alabanzas y acciones de gracias, la ‘berakhá’, traducida al griego es eulogía o eucaristía, es decir, bendecir como acción de gracias. La bendición y acción de gracias a Dios, se torna en bendición de Dios para quien realiza esta acción; el pasado es ‘hoy’, al igual que el futuro, es el ahora de Dios. Dios siempre ofrece la libertad, Dios siempre ofrece sus dones.

Jesús celebró con sus discípulos esta cena, de un modo peculiar. No hay cordero, pues sería inmolado al día siguiente en el templo, según el Evangelio de San Juan: cuando Jesús es sacrificado en la Cruz, se sacrifican los corderos en el templo. Por los escritos de Qumram, podemos colegir que algunos celebran la Pascua un día antes, así coincidir con los relatos de los evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas.

Jesús es el Cordero de Dios que se entrega a sí mismo en su Cuerpo y en su Sangre; instituye la Eucaristía que celebramos los cristianos en ‘memoria suya’, como el ahora de Dios, siempre es la presencia actual del Señor inmolado, en sacramento, en un ‘ot’, o acción profética que lo será cruentamente al día siguiente, pero ahora es en la realidad del misterio sacramental, con el pan y el vino.

Este es el amor ‘hasta el extremo’ (Jn 13, 1-15); como persona divina donada en su santísima humanidad.

Así el centro de nuestra Pascua cristiana, la nueva, eterna y definitiva es Jesús Cordero inmolado en la Cruz. Esa Cruz presente en la Santísima Eucaristía; ésta que celebran los Apóstoles y sus sucesores los Obispos y los presbíteros en comunión con el Obispo a través de la Historia. Nuestro haggadáh cristiano, es la conmemoración de la plena acción de salvación de Dios, realizada en Cristo. Es memoria, profecía y presencia actual de la inmolación y resurrección del Señor. Nuestra berakhá, es la oración y acción de gracias en Cristo y por Cristo para gloria del Padre. Él acepta nuestros dones, el pan y el vino, -símbolos de nuestra propia vida, para convertidos en Cristo, y seamos una sola realidad en él.

La Eucaristía, es el misterio maravilloso de Cristo inmolado y glorificado: ‘anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven Señor Jesús’, proclamamos nuestro reconocimiento después de la consagración eucarística.

Esta celebración es posible porque Jesús ‘nos amó hasta el extremo’; a sus sucesores los Apóstoles y los sucesores de éstos los Obispos, juntamente con los presbíteros, nos participa celebrar en su persona y con su potestad; éste es el gran regalo del sacerdocio ministerial. Sin estos sacerdotes no podemos tener la Eucaristía.

‘Nos amó hasta el extremo’, significando este amor en el servicio humilde de lavar los pies; todo sacerdote y todo cristiano que participa del sacerdocio bautismal, hemos de saber que la Eucaristía, el Sacerdocio y el Lavatorio de los pies, están interconexos e interdependientes: por el Sacerdocio ministerial, Cristo Eucaristía puede estar presente entre nosotros; es la entrega de su persona, que nosotros la tenemos que significar en una vida de servicio. Ser en Cristo, pan partido y compartido para los demás.

También nosotros, en Cristo, somos Cordero que nos entregamos por los demás, ‘hasta el extremo’.

 

Imagen de José Manuel de Laá en Pixabay


 

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