Por José Ignacio Alemany Grau, obispo

Seguimos el relato de la Pasión de Jesús que nos está haciendo San Juan evangelista, con imaginación y fondo bíblico:

Queridos amigos, les cuento que yo me acomodé en la casa de Caifás donde podía oír bien lo que pasaba en la reunión del Sanedrín, porque a mí todos me conocían en la casa del pontífice.

Pedro quedó fuera y se calentaba con la gente en torno a un fogón porque hacía frío.

Oí el juicio que hicieron a Jesús y, cuando el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, gritando: «Ha blasfemado, reo es de muerte», yo sentí que a mí se me rasgó el corazón. Pero no podía hacer nada.

Estaban todos furiosos.

Luego lo condujeron a Pilato pidiendo que también el poder civil lo condenara. Pilato no era malo, pero sí muy débil y ante todo tenía ojo político. Por eso hizo el teatro de lavarse las manos mientras condenaba al inocente: «Irás a la cruz».

Yo en aquel momento salí a buscar a María, la Madre de Jesús, y los dos nos acompañamos hasta el Calvario. Ella iba con entereza, pero muy dolida en su corazón.

Llegados a la cumbre, vimos cómo desnudaron al Señor, le clavaron en la cruz y, ¡qué valiente!, mientras lo clavaban decía a Dios:

«Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen».

Luego fijaron la cruz en el piso y nosotros nos acercamos hasta ponernos debajo de la cruz.

En un momento Jesús dijo a su Madre:

«Mujer: ahí tienes a tu hijo». Y a mí: «Ahí tienes a tu Madre».

Los dos acogimos el mensaje con gran dolor, pero no pudimos abrazarnos porque el sufrimiento era más grande que el regalo del Señor.

Cuando le clavaron la lanza en el costado, me cayeron algunas gotas de sangre en la cabeza. No puedo describir lo que sentí, pero fue una mezcla de dolor y gozo redentor.

Poco más tarde llegaron unos amigos de Jesús que eran fariseos importantes, pero por prudencia habían ocultado su fe en el Señor. Lo descendieron de la cruz, lo enterraron.

Yo también ayudé.

Su Madre lo estrechó unos momentos entre sus brazos, y en seguida se lo quitaron porque no había tiempo ya que se nos venía encima el descanso sabático.

El sepulcro era de uno de los fariseos y se lo prestó con mucho gusto porque estaba cerca del Calvario.

Rodaron una gran piedra sobre la puerta y nos fuimos. Yo dejé a María en su casa y me fui con Pedro que no cesaba de llorar porque había negado al Maestro.

Amigos todos, los invito a aprovechar la liturgia de la Iglesia que, entra en este viernes sabático, en un silencio profundo adorando al Maestro muerto y enterrado, y contemplando el dolor y soledad de la Madre de Jesús que pasó el día en espera.

 

 

Imagen de Dorothée QUENNESSON en Pixabay


 

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