Por P. Fernando Pascual
Tenemos miedo al desgaste, al cansancio, a la corrupción, a las derrotas, a la decadencia.
El proceso hacia la decadencia personal o comunitaria puede iniciar de muchas maneras y llevar a situaciones de ruina humana y espiritual.
Por eso, necesitamos continuamente emprender caminos que permitan renovarnos internamente, para evitar decadencias y, sobre todo, para crecer en el camino hacia el bien.
La historia humana está llena de casos concretos en los que personas y grupos llegan a la decadencia, y en la que otras personas y grupos inician procesos de renovación.
Lo importante es conseguir una correcta visión del presente para descubrir si vamos hacia el deterioro, o si estamos en un camino de sano resurgimiento.
Luego, conocida bien la situación presente, hay que rectificar todo aquello que lleve al pecado en sus diferentes formas: egoísmo, avaricia, tibieza, orgullo, ambición, miedo paralizante.
Al mismo tiempo, hay que promover actos concretos que permitan crecer en virtudes, como la fuerza de voluntad, la generosidad, el desprendimiento de apegos dañinos, la humildad, la gratitud y, sobre todo, la caridad.
Puede parecer difícil interrumpir un proceso que lleva a la decadencia, porque muchos no perciben el peligro en el que se encuentran, porque algunos están interesados en dañar a las multitudes para el enriquecimiento de unos pocos.
Pero si hombres y mujeres concretos dejan a un lado apatías y se arman de valor, entonces pueden poner en marcha procesos de renovación que no solo sirven para ellos, sino para tantos otros que se animan a emprender caminos hacia el bien verdadero.
La verdadera renovación humana surge desde una Vida concreta que ha marcado toda la historia: la de Jesucristo.
Él es el verdadero renovador del mundo, el que destruye el pecado y promueve conversiones auténticas, que permiten que lo que el mundo considera como despreciable y vacío llegue a ser poderoso y transformante.
Cada santo muestra cómo resulta posible iniciar caminos de renovación. Desde la unión con Cristo, y desde el esfuerzo sincero por vivir el Evangelio, podemos iniciar caminos revolucionarios que permiten detener decadencias destructivas, y que orientar las mentes y los corazones hacia el camino de la santidad, la justicia y el amor.