Por P. Fernando Pascual
El individualismo puede ser visto como el resultado de un camino que ha encerrado, poco a poco, al ser humano en sí mismo, al apartarlo de Dios y de los demás, y al considerar que la plenitud consistiría en realizar plenamente las propias aspiraciones subjetivas.
Hay diversas teorías que buscan comprender cómo se llegó al individualismo. Un filósofo del siglo XX, Dietrich von Hildebrand (1889-1977), ofreció una ágil y sugestiva descripción del proceso hacia el individualismo. He aquí sus palabras:
“En un proceso que comenzó en el Renacimiento, la concepción de la persona fue siendo privada progresivamente de sus rasgos esenciales. En primer lugar, se negó que el ser del hombre estuviera ordenado a Dios, y que el destino del hombre fuera la unión eterna con Dios; luego, se negó la inmortalidad del alma; luego, la capacidad para un auténtico conocimiento de la realidad; luego, la sustancialidad del alma; luego, la libre voluntad, etc.” (H. von Hildebrand, El caballo de Troya en la ciudad de Dios, cap. 3).
Como se ve, se trató de una serie de etapas que fueron, poco a poco, presentando al ser humano como el centro de todo, al quedar separado de cualquier orientación a Dios, hasta llevarlo a un vaciamiento completo de sus aspectos fundamentales. El texto sigue así:
“El proceso comenzó con la ambición de convertir al hombre en un Dios, y terminó convirtiendo al hombre en el animal más desarrollado, o en un haz de sensaciones. No es sorprendente que, durante el curso de esta corriente, se perdiera de vista la capacidad esencial del hombre para entrar en profunda comunión con otras personas y para edificar una comunidad con ellas”.
De este modo, se explica cómo el individualismo distorsiona el modo de comprender al ser humano al negar sus características esenciales. Volvemos a nuestro texto, con las líneas que preceden a las que hemos copiado hasta ahora:
“Lejos de ser una doctrina que, por lo menos, haga justicia al valor del hombre individual, el individualismo es más bien el resultado de una negación de los rasgos esenciales de la persona humana”.
Comprender adecuadamente lo que significa ser hombres es una de las tareas que cada generación humana debe asumir. No se trata de algo que se limita a lo teórico, sino que tiene consecuencias continuas sobre el modo con el que nos vemos a nosotros mismos y a los demás.
La filosofía busca sus respuestas. Serán peores si no llegan a comprender lo específico humano. Serán mejores si llegan a reconocer que tenemos un alma espiritual, una inteligencia y una voluntad libre.
Luego, cada uno podrá acoger o no acoger esas respuestas. Lo importante es acercarnos, de la mejor manera posible, a la comprensión de nuestro origen y nuestro destino, de nuestro modo de actuar, y de las relaciones que tenemos con los demás seres humanos.
Sobre todo, lo importante, lo decisivo, consiste es descubrir que tenemos una relación especial con Dios, que explica nuestra peculiaridad y que fundamenta la común humanidad; un Dios que nos invita, como personas particulares y como sociedades, a caminar en la verdad y la justicia hacia la plenitud de nuestro ser: el amor.
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