Por P. Fernando Pascual
Un curso de ética puede enseñar a distinguir entre el bien y el mal. Puede exponer las diferentes teorías del pasado y del presente sobre el argumento. Puede analizar dilemas, discutir situaciones, ofrecer criterios de acción.
Alcanzar una buena comprensión de esos y otros puntos que puedan enseñarse en ese curso siempre será de gran ayuda para los estudiantes y para el mismo profesor.
Pero lo más interesante, y en apariencia lo más difícil, sería que el curso de ética ayudase a todos, profesores y alumnos, a mejorar sus disposiciones interiores y a orientarse con eficacia hacia una vida auténticamente buena.
Esta idea no es novedosa. Aristóteles, en el siglo IV a.C., ya indicaba que sería extraño conocer bien las diferentes doctrinas en este ámbito y luego vivir de maneras que van contra la justicia y la bondad.
Por lo mismo, un curso de ética sería realmente provechoso si suscitase en todos ese anhelo por alcanzar modos de vivir de acuerdo con las virtudes, especialmente aquellas que más nos enriquecen y que mejoran las sociedades.
¿Cómo elaborar un programa para lograr un objetivo tan ambicioso? No resulta fácil responder, sobre todo porque en ocasiones quienes enseñan ética no tienen una idea clara de cuál sea la doctrina mejor.
Por lo mismo, la primera tarea a acometer es encontrar, entre las diferentes teorías éticas, aquella que mejor ayude en el camino de las personas y de los grupos a vivir plenamente como seres humanos, abiertos a la convivencia y orientados hacia la existencia tras la muerte.
El tema de la existencia tras la muerte, desde luego, merecería ser demostrado, lo cual exige un discurso mucho más amplio. Pero resulta clave, pues una vida ética que no incluyese el horizonte de esa vida futura y del encuentro con un Dios justo y bueno, encontraría serias dificultades para ser generadora de mejoras profundas e integrales.
Cada año, en muchas universidades se ofrecen cursos de ética. Alumnos y profesores se encuentran, dialogan, discuten sobre el bien y el mal, lo justo y lo injusto, los valores y los antivalores, sobre las virtudes y los vicios.
Luego, cada uno vuelve a sus hogares. Si el curso llega hasta lo íntimo de las conciencias y está elaborado de una manera completa, desde un deseo sincero por alcanzar las verdades propias de la ética, poco a poco habrá cambios en los modos de pensar y de vivir de quienes compartieron en las aulas unos momentos apasionantes para encontrar propuestas éticas que sean buenas y conduzcan a la plenitud humana.
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